INTELIGENCIA ARTIFICIAL
La Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), promovida por la Agencia EFE y la Real Academia Española, elige desde 2013 la que considera la palabra del año entre una docena de candidatas. La escogida la primera edición fue escrache.
La palabra del recién acabado 2022 han sido dos que, juntas, conforman la expresión premiada que da título a este artículo. En 2020 y 2021 fueron confinamiento y vacuna respectivamente, con motivos sobrados para estar en el candelero.
Según el Diccionario de la Lengua Española, la inteligencia artificial (IA) es una «disciplina científica que se ocupa de crear programas informáticos que ejecutan operaciones comparables a las que realiza la mente humana, como el aprendizaje o el razonamiento lógico». Aunque el concepto no es nuevo —se incorporó al diccionario en 1992— ha sido seleccionado por su creciente presencia actual en los medios de comunicación y en el debate social debido a los avances desarrollados y a las consecuencias éticas derivadas.
La propia FundéuRAE admite que el análisis de datos, la ciberseguridad, las finanzas o la lingüística son algunas de las áreas que se benefician de la IA, que ha pasado de ser una tecnología reservada a los especialistas a acompañar a la ciudadanía en la vida cotidiana como asistente virtual o de chats capaces de mantener una conversación casi al mismo nivel que una persona. Uno de sus desafíos es enseñar a las máquinas cómo emplear adecuadamente el español, a fin de conservar la unidad del idioma que hablan más de 500 millones de personas. Con este objetivo nació el proyecto LEIA de la RAE.
También ha estado muy presente por las implicaciones éticas que supone el desarrollo de la inteligencia de las máquinas, y no solo por la sustitución de ciertos profesionales que pueda acarrear. El debate ético continuará.
Los sistemas de IA llevan décadas de desarrollo; no obstante, la reciente irrupción del ChatGPT ha desatado una gran curiosidad. Este último «bicho inteligente», aún en fase de pruebas, es un modelo probabilístico que junta palabras. De esta manera aporta la agregación de lo que ha recogido por internet, lo que más veces ha aparecido, lo cual no significa que sea correcto. Tampoco está preparado para entrar en cuestiones polémicas. En una conversación con ChatGPT que cuenta David Bollero, las respuestas eran todas repetidas. Inteligencia, de loro, artificial.
Una de las palabras finalistas del pasado año fue apocalipsis. Isaac Rosa se congratula de que, al menos, no la ha habido y sí algunas buenas noticias disimuladas entre las malas de todos conocidas (pandemia, guerra, inflación, fascismos…): reforma laboral favorable a los trabajadores, leyes de libertad sexual y de las personas transexuales, memoria democrática, subida del SMI y pensiones no contributivas, derechos laborales de las trabajadoras del hogar, medidas anticrisis y otras de gran trascendencia social. Manuel Vicent añade que el apocalipsis se sirve siempre en pequeñas dosis, incluso para los catastrofistas. Es decir, que el planeta tal y como lo conocemos lo destruiremos a través del cambio climático y las bombas poco a poco, pese a nuestros denodados intentos de acelerar el proceso.
Entre las candidatas no estaba violencia machista, que por desgracia ha seguido de moda y acaba el año con récord mensual de asesinatos en un diciembre terrible. Algo seguimos haciendo mal, no solo las instituciones competentes, sino todos como sociedad; les estamos fallando a las víctimas y hay que reaccionar.
El Gobierno de Castilla y León, de PP y Vox, anuncia por boca del vicepresidente García-Gallardo, la instauración de medidas antiabortistas entre las que se incluyen obligar a los sanitarios a ofrecer tres opciones a las embarazadas que pretendan interrumpir el embarazo: escuchar el latido del feto, realizar una ecografía en 4D y atención psicológica. Son medidas que pretenden el chantaje emocional a las mujeres que han decidido abortar, es una violación de un derecho de las mujeres y una coacción infame sobre los médicos. En el proponente se unen el machismo inagotable, la inmoral moral ultracatólica y el fascismo eterno. La propuesta de la ecografía 4D es una incongruencia de un cerebro plano; que no pasa de unidimensional, o sea.
El peligro para las democracias se llama ultraderecha. 2023 comienza con el intento de golpe de Estado de los seguidores de Bolsonaro. Lo ocurrido en Brasil, o en EE. UU. hace dos años, también podría ocurrir aquí. Se empieza calificando a Pedro Sánchez de «presidente ilegítimo» –también traidor, felón, desleal o golpista–, que gobierna con comunistas, separatistas y terroristas; se continúa pactando gobiernos con la extrema derecha y ¿se termina asaltando el Parlamento? Estemos alerta.
Nos rodean cantidad de elementos inteligentes, muchos de ellos nos proporcionan cantidades ingentes de información, pero también de desinformación.
«¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?», se preguntaba Thomas S. Elliot en el poema El primer coro de la roca. Ya a primeros del pasado siglo se agoraba lo que hoy es un hecho comprobado: la pérdida de sabiduría y conocimiento achacables al exceso de información, la cual puede llegar a atragantarnos si no disponemos de mecanismos que nos ayuden a discriminarla, procesarla, comprenderla y utilizar sólo la parte que, de verdad, sea relevante.
En Información, ciencia y sabiduría, el catedrático de Sociología Emilio Lamo de Espinosa explicaba que el volumen de información accesible desde Internet se duplicaba cada tres meses —ahora será más rápido— y la cantidad de ciencia válida —conocimiento—, aunque más difícil de medir, cada quince años; sin embargo, la sabiduría de la que disponemos hoy no es mucho mayor que la de Sócrates o Séneca.
Soy un defensor de la tecnología, que no se me entienda mal, pero no de su forma de utilizarla contra la capacidad creadora del ser humano y para convertirnos en esclavos digitales de los poderosos. «El totalitarismo digital puede ser mucho más dañino que todos los que hemos conocido», asegura César Antonio Molina en el ensayo, de título irónico, ¡Qué bello sería vivir sin cultura!
Si a los militantes de la duda, como yo, cada problema se lo resuelve un algoritmo, ¿dejaremos de ser nosotros y pasaremos a ser subproductos de esa herramienta y otras similares controlados por el poder digital? ¿O ya lo somos?
Leo que Renfe anuncia la instalación de «sistemas inteligentes de videovigilancia en estaciones» o que «ACS se apoya en robots e inteligencia artificial para construir el futuro». Nos abruman no solo con anuncios de coches, relojes o teléfonos, sino también con freidoras, calefactores, enchufes, friegasuelos o limpiacristales inteligentes.
Estoy perdido ante el ejército de aparatos «listillos» que me rodean. Había decidido meditar sobre la IA y enfrentarla a la torpeza natural que me acompaña desde siempre. Mas no puede ser, he olvidado la contraseña y no logro entrar en mi interior.
José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández