La ineluctable tontedad del ser, por José Félix Sánchez-Satrústegui

Edgar Allan Poe aseguraba tener una gran fe en los tontos, aunque se quejaba de que los amigos le llamaban autoconfianza. Amigos sarcásticos tenemos todos.

El presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, llamó tontos a quienes siguen pagando la tarifa regulada marcada por el Gobierno, más cara (habría que matizarlo, pero hoy no se trata de eso), y no se han pasado al mercado libre, que es a lo que animan las grandes eléctricas porque es donde tienen mayores beneficios y posibilidad de imponer sus condiciones. El que fuera el presidente mejor pagado de las empresas del IBEX 35 el año pasado (13,2 millones de euros) no creo que haya querido utilizar un cleuasmo para atribuir a los españoles cualidades propias de él, sino que en un alarde de simplificación taxonómica ha decidido clasificar al personal en listos, él y otros como él, y tontos, el resto. No he necesitado ir a buscar el contrato para saber a qué grupo pertenezco: ha bastado con mirar el recibo mensual y comparar las nóminas. Lo peor no es que califique así a tantos, sino el retintín que emplea para mofarse de las personas más necesitadas del país. Los numerosos adjetivos que podían calificar a este individuo los dejamos para otro día, que hoy, como decía, solo va de tontos y listos.

Iberdrola, todo ello en presunto de subjuntivo, es empresa que soborna, seca embalses, forma parte del oligopolio que manipula el mercado eléctrico y electrocuta en cada oscuro recibo; por si fuera poco, es acusada de espionaje (lo cual no es decir mucho hoy en día). Las empresas energéticas del IBEX 35 cuadruplicaron sus resultados en 2021, y en el primer trimestre de este año han ganado un 23% más que en el mismo periodo del año pasado. Su cifra de negocio se ha disparado un 51,78% hasta sumar un total de 46 489 millones de euros. Como para que no se nos quede cara de tontos. Nuestra tontera radica en aguantar a esta banda de vividores que confunden listeza con desfachatez y empobrecen al resto.

Ayuso cambió el puesto de institutriz de Pecas, la perrita de Esperanza Aguirre, por el antiguo cargo de esta. Ahora es ella la instruida, no por una pequeña cánida, sino por el dóberman MAR. Su ideología neoliberal filofascista, camuflada en el patrioterismo de banderita, está clara, aunque la disfracen. Son los que más se han dedicado a prostituir la palabra libertad entre tantos aspirantes. La aliada de la regresividad fiscal, que rebaja impuestos a los ricos, no tiene dinero para la sanidad o la educación públicas ni para la vivienda protegida. Sin estas no hay libertad, tampoco en la pobreza o en la precariedad. Ella reduce la libertad a poder ir a una terraza a tomar una cerveza y ver a los amigos y a la familia, a la madrileña; a cambiar de pareja y no volver a encontrártela nunca más por la ciudad. O a ir a los toros. Con esta banalización, lo que pretende la lideresa del trumpismo hispano es vaciar de contenido la libertad y la democracia.

Las políticas que aplica confirman a cada paso su filiación ideológica. Sin embargo, su mente volandera y los consejos de MAR, le hace lanzar ocurrencias impagables. En la penúltima, no solo ha querido superar al gobierno socialcomunista bolivariano de Sánchez, sino también a Marx, Engels, Proudhom y Bakunin de una tacada: ha abolido las clases sociales. “En Madrid no hay clases sociales”, afirmó. Es muy capaz de proclamar la I Internacional Libertaria Matritense para esconder su clasismo y neofascismo. Y una mayoría la creerá. Nos toma por idiotas, a ver si es que lo somos.

La rufianesca, el nuevo seudocentro de Feijóo y la corte pauloeclesial exigen al sanchismo un “espionaje transparente”, lo cual, si no es ingenuidad o cinismo, debe ser un oxímoron (como el paradigmático silencio atronador). Sánchez responde ofreciendo una cabeza de turca por ver de calmar los ánimos independentistas, tan sensibles para lo suyo. El CNI ha fallado más que el superagente 086; pero es que el espionaje en general no es de fiar, mucho menos si en los alrededores pululan patriotas de alcantarilla o agentes alauitas. Airear tanto hedor no va a ser fácil, pero seguir tapándolo será peor.

Mientras la brecha entre ricos y pobres se agranda, la respuesta a las políticas progresistas que pretenden paliar los efectos de la pandemia y de la guerra es el insulto, la soberbia y el griterío soez. Olona y Gamarra (que a mí como dúo me suena a algo y ahora no caigo) andan siempre en llamas por culpa de los pecados de la izquierda, las pobres. Que la nueva portavoz pepera imite en la bronquedad a su compañera madrileña, la emperatriz de la altivez, y a la cunera andaluza no presagia nada bueno para reducir los malos modos. El nuevo PP, tan antiguo, se quiere separar como sea de la corrupción en la que vive inmerso, y de la que cada día salen nuevas pruebas, mediante la bronca en el Congreso. Joan Baldoví define sus discursos como “de brocha gorda, sin gracia, sin ironía, sin un atisbo de vida inteligente”.

La izquierda a la izquierda del PSOE ha decidido comenzar la carrera andaluza pegándose un tiro en el pie para salir cojeando y dar ventaja a la derecha. No hay manera de superar la frecuente torpeza del rojerío para construir mayorías de progreso. Moreno Bonilla y Feijóo sonríen. Si el PP y Vox consiguen la mayoría absoluta en Andalucía, se estará dando un paso más para el asalto al Gobierno español. Y cuidado, porque a Moreno y Feijóo no les importa gobernar con Vox, el partido que, en los discursos de Abascal y Olona, se suma a la teoría supremacista del gran reemplazo. Esta teoría conspirativa, aunque ya descrita en 1973, la desarrolla Renaud Camus en su libro El gran reemplazo, en 2012. En él explica que “el gran reemplazo es muy sencillo, tienes un pueblo, y en el lapso de una generación tienes a un pueblo distinto”. Argumentaba que la cultura de Europa, su civilización e identidad están en peligro de ser avasalladas por la migración masiva y, por tanto, reemplazada físicamente. Tal tesis se difundió entre la extrema derecha europea sobre todo a partir de la crisis de los refugiados de 2015. Según la policía de EE. UU., ha inspirado la matanza ocurrida hace unos días en Buffalo (Nueva York). No debemos tomarnos a broma estas burradas de la extrema derecha, porque suelen calar en parte de la sociedad en momentos de crisis.

La violencia machista se incrementó un 3,2% en 2021. Lo peor es que el número de agresores menores de 18 años lo hizo en un 70,8%. Fallamos en educación sexual.

Hay que apoyar cada gesto feminista. El de Nadia Calviño, que ya había advertido de no volver a hacerse una foto ni participar en un debate en los que fuera la única mujer, rechazando posar entre solo hombres en un fórum empresarial, me ha parecido muy valiente. A veces, pequeños gestos tienen un gran valor simbólico, que aumenta por el berrinche de los señores empresarios y el aplauso de Irene Montero. A esta, por cierto, que terminó una emotiva intervención en defensa de la nueva ley del aborto en el Congreso leyendo un poema de Cristina Peri Rossi, le contestó el fascismo por bocaza del gritador José Manuel Soto, un machista despreciable dedicado a insultar.

El rey emético, un sinvergüenza, vuelve a España a regatear de forma intransitiva en el Bribón y, transitivamente, a los españoles una explicación. ¡Que se vuelva a Abu Dabi con toda la borbonesca y adláteres! Estos sí que nos toman por imbéciles.

La inteligencia tiene sus límites, la estupidez no. Como tontos son todos los que lo parecen y más de la mitad de los que no lo parecen, voy a ir eligiendo entre las posibilidades que me ofrece El gran libro de los insultos: tonto de Albeta, de capirote, de la polla, de los pasteles, del bolo, del bote, del culo, del haba, del ojo moreno, en vísperas, laiso, Pajón, Pichote, pipí, que asó la manteca, tontolinato o tontorrón.

Cuando estoy a punto de acabar este artículo, el ordenador me hace un extraño y comienza a dirigirme frases incomprensibles a través de la pantalla. Me pongo de los nervios y llamo a un amigo informático. Era una tontería, claro, pero es que mi tontedad real supera a la inteligencia artificial.

José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández

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