Lizarra fugaz.

Habrá gente para quien «todos los caminos lleven a Roma», no lo dudo. Los refranes casi siempre tienen razón, y cuando no la tienen, su alto grado de poder profético, hace que la tengan. Sin embargo hay otra gente para quienes todos los caminos llevan a Veracruz, a Boston o a Lima y hay un caso particular, el mío, en el cual, todos los caminos llevan a Estella.
Una ciudad que os voy a explicar a mi manera, porque nunca he puesto un pie dentro, pero por la que he paseado, en la que tengo personas a quienes considero amigas y pedacitos míos viven en muchas casas dentro de un libro que escribí.
Para empezar tiene dos nombres separados por un guión Estella-Lizarra, no sé cuantas ciudades habrá tan coquetas, tan con dos versiones, tan con dos nombres y los dos tan bonitos. Lizarra es el nombre en Euskera, un idioma pensado para cantar y para conseguir paraguas cuando llueve en Madrid y que siempre me gustó. Estella se parece demasiado a estrella para ser coincidencia y a mí, me parece que algo debe tener que ver.
Me crié viendo películas de Tarzán, de romanos y del Oeste en el cine de mi abuelo, el Salón Moderno, en Álora un pueblo de Málaga, y a causa de eso la primera imagen que me viene a la cabeza al hablar de estrellas es la estrella del sheriff. Después me acuerdo de la estrella polar, de la que pinchamos en la punta del árbol de Navidad o de las que ven los dibujos animados cuando se dan un golpe en la frente.
Esto hasta hace poco, porque ahora si alguien dice estrella yo pienso en Lizarra y en sus calles de piedra. Imagino ese río que escucho y en el que me zambullo gracias a un perro con nombre de género musical que vive allí y que sale del agua rejuvenecido y sonriéndole a la cámara de un tipo raro, casado con una rubia natural, que le compra juguetes con nombre de políticos para que los muerda.
En Lizarra, además de un río verde y muchas piedras, hay magia, y es tan poderosa que lo mismo te afecta si eres de Huesca, de Calatayud o si vives en Brasil. Cuando actúa hace cosas magníficas, y en vez de azúcar hace que a los cafés les pongan letras, y a los entrenadores de baloncesto les nazcan alas amarillitas de canario.
No sé si mi versión de Estella serviría para una guía turística pero si yo estuviera más cerca no perdería la oportunidad de escuchar mis zapatos paseando por esas calles empedradas en las que late un corazón blando y generoso.
Lo sé porque lo he escuchado, parte de la magia atravesó el Atlántico y me abrazó. Convirtió Estella en el centro de operaciones del tráfico de canarios y hace unos días, cuando mis libros llegaron a la calle Estella número 9 de Pamplona para ser vendidos en la quinta planta, una gran sonrisa se dibujó en mi boca.
Descubrí que tipo de estrella se esconde bajo las piedras, la que mejor funciona, esa que cumple deseos a quienes algunos llaman fugaz y a la que yo llamo Lizarra.
Allí viven personas que como todos tratan de ser felices a pesar de los pesares, de los pasados y del miedo al futuro incierto que a veces se hace sombra en días de sol. Allí tengo planeado pasar horas bebiendo vino y cantando canciones del Chivi y allí, espero, poder abrazar un día a muchas personas que  hoy son parte de mi vida.

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Isabel Salas es una escritora malagueña, residente en Brasil y autora de «El canario y la Máquina de Coser» y «Navaja de Llavero». Sin haber estado nunca en Estella-Lizarra dice estar enamorada de esta ciudad.

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