Mariano José de Larra dejó escrito que «es más fácil negar las cosas que enterarse de ellas». Frase acertada para enmarcar el estado actual de la cuestión. Aunque el negacionismo se instaló entre nosotros para tapar el Holocausto, los límites de actuación de los que cierran los ojos y hacen oídos sordos a determinadas evidencias se amplían sin parar.
La crisis climática la ilustra el puesto de castañas asadas en el que tanto la vendedora como los clientes aparecen en manga corta. En «Sevilla tuvo que ser con su lunita plateada», pero podría haber sucedido en cualquier ciudad española, incluso del norte peninsular. La fotografía, que firma Paco Puentes en la primera página de El País del pasado 26 de octubre, aporta una evidencia que hasta podría convencer a los negacionistas si no fuera porque es imposible sacar de forma racional de un cerebro aquello que ha entrado en él de forma irracional. Lo que antes ayudaba a combatir los primeros fríos, ahora acompaña a los calores postreros. Los puestos de castañas asadas piden paso al «carrico del helao», que se resiste a marcharse, para ocupar el espacio que acostumbraban en las plazas y calles otoñizas (signifique lo que signifique actualmente otoño por estas latitudes). A finales de octubre, las temperaturas máximas superaban los 30º en muchos puntos del país.
El informe 2022 de The Lancet Countdown sobre salud y cambio climático: la salud a merced de los combustibles fósiles se publica cuando el mundo se enfrenta a impactos sistémicos profundos y simultáneos.
Debido al rápido aumento de las temperaturas, las muertes relacionadas con el calor aumentaron un 68 % entre los periodos 2000–2004 y 2017–2021, número agravado por la confluencia de la pandemia de COVID-19. El clima cambiante está incrementando la propagación de infecciones y la incidencia de enfermedades cardiovasculares, respiratorias y mentales. Además, al agravarse otras crisis coexistentes y aumentar la necesidad de atención médica, los sistemas de salud en todo el mundo se ven debilitados. Se necesita una acción inmediata para fortalecerlos.
La dependencia de los combustibles fósiles está socavando la salud mundial por el impacto sobre el clima, pero también por los conflictos geopolíticos. Simultáneamente, las empresas de petróleo y gas registran ganancias récord a la par que sus estrategias de producción continúan socavando el bienestar general.
El mundo se encuentra en un periodo crítico; se enfrenta a crisis simultáneas mientras la implementación de políticas de reducción de emisiones a largo plazo corre el riesgo de quedar en segundo plano por desafíos percibidos erróneamente como más urgentes.
Algunos indicadores brindan un rayo de esperanza. La generación de energía renovable y el uso de vehículos eléctricos alcanzaron un crecimiento récord; las inversiones en la industria de la energía limpia están aumentando, aunque lentamente. El compromiso individual con las dimensiones de salud del cambio climático, esencial para impulsar y permitir una respuesta acelerada, aumentó en 2021. También están surgiendo algunos signos de cambio en el sector energético. Aunque la generación total de energía limpia sigue siendo extremadamente insuficiente, se alcanzaron niveles récord en 2020.
En esta coyuntura crítica, una respuesta inmediata centrada en la salud aún puede asegurar un futuro en el que la población mundial pueda sobrevivir y prosperar.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) asegura que tenemos la información necesaria, el dinero suficiente y la tecnología adecuada para reducir el uso global de carbón, petróleo y gas en un 95%, 60% y 45%, respectivamente, antes de 2050. Sin embargo, las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando. Su informe asegura que es inaplazable una fuerte inversión en fuentes renovables para satisfacer las necesidades globales en los próximos años sin terminar de quemar el planeta. Hay que ir más allá de los compromisos actuales. A las dificultades para acordar medidas eficaces en las cumbres sobre el clima (como la actual COP27 de Egipto) se añaden las propias para su aplicación urgente. Menos energías fósiles y más financiación para los países en desarrollo, ya.
Ante la duda del sabio y las evidencias científicas, históricas o naturales, el negacionista se reafirma con irracional terquedad en su ignorancia, en su cinismo o en ambos. Hay más cegueras ante la realidad aparte de las citadas o las de los que rechazan la llegada a la Luna, la de los terraplanistas o los antivacunas.
La negación del expresidente sudafricano Mbeki de que el VIH causaba el SIDA impidió que miles de madres seropositivas recibieran antirretrovirales, de modo que transmitieron la enfermedad a sus hijos. Su ministro de salud abogó por el tratamiento con ajo, remolacha y papa africana. Toda una genialidad.
En un magnífico libro de obligada lectura para quienes quieran enterarse de esa parte de nuestra historia, El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después, Paul Preston dedica un capítulo entero al genocida recién exhumado. Lo titula El terror de Queipo: las purgas de Andalucía. Leyéndolo podría comprender Feijóo que aquello no fue una simple pelea de nuestros abuelos. Los muertos exhumados y por exhumar de los que hablamos son los asesinos de muchos de nuestros abuelos, de los que más de cien mil aún permanecen desaparecidos. Negacionistas del golpe de Estado, del genocidio franquista; negacionistas, en fin, de la historia.
No olvidemos a los negacionistas de los derechos humanos de los inmigrantes. Peor aún, ¿los consideramos humanos para reconocerles derechos como tales? La inacción tanto en la maloliente actuación en la valla de Melilla como en la tragedia del Tarajal nos colocan ante el espejo donde como sociedad no podemos mirarnos sino con rubor. Pero tranquilos, gobiernos y sociedades hipócritas, la hipocresía común europea nos protege. Cada frontera tiene bastante de muro de la vergüenza.
Antonio Guterres, secretario general de la ONU advierte que el cambio climático nos está matando. Entre las conclusiones del informe de The Lancet Countdown, se apuesta, ante un mundo sumido en varias crisis simultáneas, por poner la salud humana en el centro de una respuesta común, lo que podría representar la última esperanza de asegurar un futuro más saludable y seguro para todos.
Frente a estas advertencias y apuestas serias, Barbie Madriles contesta con otro eructo mental: «Desde que la Tierra existe, desde el origen, ha habido siempre cambio climático. Ha habido ciclos. Nosotros tendremos que poner medidas para paliarlo, pero no pueden seguir contra la evidencia científica únicamente porque siempre tienen detrás, en su cabeza, que se llama comunismo». No sabe lo que dice, aunque sí lo que quiere decir.
Truman Capote afirmó, sin conocer a Ayuso, que «antes de negar con la cabeza, asegúrate de que la tienes». Claro que ha habido ciclos climáticos; sin embargo, algunos cerebros se mantienen inalterables, atrapados entre los hielos del Pleistoceno.
José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández