Una forma como otra cualquiera de pasar la cuarentena es escribiendo las sensaciones, las confesables y las inconfesables, éstas últimas dan más juego. Varias veces al día desde buena mañana recibo un whatsapp que sólo dice “se te desea” el remitente no será nunca capaz de intuir, lo que esas tres palabras significan.

Cuando te sientes como una apestada en casa, en pijama, duchadita eso sí que una es muy limpita, con los ojos febriles, las piernas de goma, viendo como tu piel se aja por momentos, o eso me parece a mí, cuando te miras al espejo y dices, anda mira si me voy desinflando, pero ahora estoy blanda…..El escuchar el clinc clinc, con esa sola frase, supone alegrar el día al espíritu solitario que habita mi casa.

Las primeras jornadas no tenía ganas ni de mirarme al espejo, sólo sentía fiebre, náuseas, dolor de espalda y un cabreo importante, y lo primero que se me vino a la cabeza fue, dónde ovarios habría cogido esa mierda. Ahora me da exactamente igual y ¿por qué no yo?, si hay miles de personas infectadas, miles de personas que están peor que yo y me repugna la insolidaridad de la puñetera derecha, que intenta echar la culpa al empedrado y pasea sus coronavirus sin mascarilla, ni aviso previo, van a los mítines, hospitales o televisión infectados, cuando yo que pinto menos que patas de queso en Vallecas, me reclui voluntariamente desde el momento en que sentí el primer síntoma.

Y luego están las alegrías de tu sobrinieto de 8 años que te sube unas galletas hechas por él y te las deja en el felpudo, tu nieta mayor que por videollamada te dice “abuela yo que pensaba irme a tu casa este finde, va a ser que no, verdad” y la pequeña que también por videollamada te dice “Abuela ven mira lo que hago” y todo lo que ha aprendido en gimnasia rítmica pasa por tu pantalla del móvil. En fin mañana será otro día..

Y mientras tanto, desde mi ventana el mar no se ve, pero tengo otros horizontes.