Gayarre y Sarasate en Arroniz

 

 

Es una fiesta popular la que celebra y da la bienvenida a la nueva cosecha de aceite de Navarra. Y es en Arróniz donde se reúnen miles de personas para ese acontecimiento. Esta fiesta tiene muchas facetas, pero con gran acierto, desde hace ya tres ediciones el Ayuntamiento de Villa, la Orden de la Oliva de Navarra y la Tostada de Arróniz y el Trujal Mendía de Arróniz, organizan actividades culturales en su programa. En la primera edición, la iglesia acogió al Orfeón Pamplonés con motivo del homenaje que celebraba su 150 aniversario, el año pasado fue un concierto lírico y este año, el concierto que abre la fiesta incluyó un programa dedicado a dos de los músicos más destacados de nuestra historia: Gayarre y Sarasate. Tres acontecimientos excepcionales que tendrán continuidad en próximas ediciones.

Una velada por Gayarre y Sarasate

 El pasado, sábado 24 de febrero, la iglesia parroquial de San Salvador de Arróniz acogió un concierto homenaje a los músicos navarros Pablo Sarasate y Julián Gayarre como preámbulo a los actos del día de la Tostada.

            El público abarrotó el recinto obligando a retrasar por unos minutos el inicio del concierto ante la incesante llagada de gente con ganas de presenciar el evento.

            Los encargados de dar forma al concierto fueron la violinista madrileña Ana Campo y el tenor navarro Eduardo Zubikoa, ambos acompañados al piano por el también madrileño Alejandro Antón.

            Abrió la noche Ana Campo con la obra de Sarasate Playera, perteneciente a su Opus 23 que lo completa el célebre Zapateado el cual, lamentablemente, no estaba programado para esa velada. Desde las primeras notas la joven violinista dio muestras, no sólo de un dominio de la técnica del instrumento, sino además un conocimiento exhaustivo de la obra del compositor navarro. Si añadimos a ello el gusto y elegancia en la ejecución de las que Ana Campo hizo gala el resultado fue un inicio de concierto que prometía ir in crescendo, como así ocurrió.

            Hizo después su primera aparición sobre el escenario, instalado a los pies del altar, el tenor navarro, de Elizondo por más señas, Eduardo Zubikoa con el aria Una furtiva lacrima de la ópera L´elisir d´amore que Zubikoa defendió sobradamente, a pesar de no encontrarse al cien por cien de sus facultades debido a un proceso catarral. Únicamente cabe reseñar que hubo un par de momentos en el aria en los que la garganta amenazó con jugar una mala pasada al tenor quien salvó la situación sin que el público pudiera, prácticamente, notar nada. En las siguientes intervenciones, a medida que avanzaba el recital, la voz de Zubikoa fue mejorando hasta, prácticamente, hacernos olvidar el resfriado por la ausencia casi total de síntomas en su sonido.

En su siguiente intervención, Ana Campo interpretó la Chacona de la Partita número 2 BWV  1004 de Bach. Obra que, a pesar de su extensión, (casi veinte minutos) Ana Campo supo mantener la atención de los espectadores volviendo a demostrar que la música del genio alemán tampoco tenía secretos para ella, salvando todos los escollos de la partitura, que no son pocos, con una pasmosa y aparente facilidad. El sonido del violín sólo, sin acompañamiento alguno, resonó solemne entre las paredes del lugar.

De nuevo en el escenario, Eduardo Zubikoa interpretó el aria Angelo casto e bel de la ópera de Donizetti Il duca d´Alba en la que Zubikoa brilló especialmente.

Vuelve Ana Campo a escena con otra obra de Sarasate, la Romanza Andaluza con la que la joven violinista nos ofreció un nuevo despliegue de técnica, gusto y arte.

M´appari tutto amor, aria de sobra conocida, de la ópera del alemán Flotow resonó bajo la bóveda de la iglesia con una dulzura y una media voz envolvente culminándola con un poderoso y bien emitido agudo en el que ya no se notaba resquicio alguno de la dolencia del tenor.

La novedad de la noche, y el punto diferenciador, salió de la madera del violín de Ana Campo al acometer la obra contemporánea del compositor lituano Vytaustas Barkauskas Partita para violín sólo. Una obra que, como su título indica, deja al instrumento sólo y desnudo pero que los sonidos y melodías creados por Barkauskas son suficientes para atraer la atención del oyente y que Campo interpretó con el gran dominio que demostró durante toda la velada en la música de diferentes estilos y compositores que eligió para el público de Arróniz.

Compareció de nuevo Eduardo Zubikoa en escena para interpretar Cielo e mar de la ópera La Gioconda de Ponchielli en la que se superó a sí mismo ofreciendo una voz segura y moldeada perfectamente a las exigencias de la partitura.

Ya llegando al final de la velada volvió Sarasate a las cuerdas de Ana Campo para deleitar a los presentes con su Malagueña que sonó con la seguridad a la que la joven madrileña ya nos había acostumbrado a esas alturas de la noche.

Cerró el programa oficial Eduardo Zubikoa con el O, Paradiso de L´Africana de Meyerbeer en la que el tenor echó el resto ofreciendo una versión sin nada que reprochar recibiendo una gran ovación.

Ya fuera de programa, Ana Campo ofreció, como bis, la Meditación de la ópera Thais de nuevo sin acompañamiento de piano impregnando en el ambiente el clima idóneo para poner en práctica lo que el título de la obra indica.

Tenor y violinista cerraron el concierto con una versión del célebre zortziko El Roncalés, que Salvador Ruiz de Luna escribió para la película Gayarre, creada por ellos mismos en la que se repartían al cincuenta por cien el protagonismo. Escuchado de esta manera era fácil imaginarse juntos a los dos homenajeados de la noche juntos: Sarasate y Gayarre en el violín y la voz de Ana Campo y Eduardo Zubikoa.

Aplausos prolongados y bravos sinceros por parte de un público satisfecho de la velada que acababan de presenciar.

No nos olvidamos del pianista Alejandro Antón. Joven músico que demostró en todas y cada una de las obras que acompañó una gran solvencia y una gran sabiduría, no demasiado común de ver en un músico tan joven. Supo acompañar sin restar protagonismo al violín o la voz pero con la contundencia y seguridad que el propósito del piano tiene en estas partituras siendo, sin duda alguna, de gran ayuda y apoyo a sus compañeros de escenario.

                                                                       Óscar Salvoch

 

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