Hoy es 25 de noviembre, por María Sanz de Galdeano

Cada 25 de noviembre, en el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, vuelvo a mirar el mundo con una mezcla de tristeza y esperanza. Tristeza porque la violencia, en todas sus formas, sigue marcando la vida de miles de mujeres. Y esperanza porque, a pesar de todo, seguimos alzando la voz. Como mujer y como madre, me pregunto qué clase de sociedad estamos construyendo para nuestras hijas e hijos. Qué normalizamos sin darnos cuenta, qué silencios permitimos, qué heridas aceptamos como parte de la vida cuando no deberían serlo. Vivimos en una cultura que aún arrastra desigualdad, donde muchas formas de violencia se esconden detrás de gestos aparentemente inocentes, comentarios disfrazados de humor o decisiones que se justifican como “preocupación” o “amor”. Y lo más peligroso es que esa violencia tan sutil termina pareciendo normal.

He visto a mujeres fuertes perder poco a poco su voz, su energía, su confianza, sin saber en qué momento empezaron a dudar de sí mismas. La violencia psicológica no grita, pero hiere profundamente. Se infiltra en los comentarios que descalifican, en la manipulación, en la duda constante que te siembra otra persona hasta que te convence de que tu criterio no vale. Es una erosión silenciosa que te roba la alegría, la seguridad, la libertad interior. Muchas veces, quienes la sufren tardan años en reconocerla. Algo parecido ocurre con la violencia económica. Controlar el dinero, limitar el acceso a recursos propios o decidir unilateralmente sobre los gastos son formas de sometimiento que todavía se viven en demasiados hogares. Y lo peor es que suelen ocultarse bajo ideas muy arraigadas: “es lo mejor para la familia”, “yo me encargo de eso”, “tú no te preocupes”.

Pero detrás de esa aparente protección se esconde, muchas veces, una pérdida de autonomía que va anulando a las mujeres. Todo esto está sustentado por otra violencia más profunda: la simbólica. Los mensajes que recibimos desde niñas, la forma en que se nos representa, los estereotipos que seguimos arrastrando, van moldeando nuestra propia percepción y la de quienes nos rodean. Nos hacen creer que debemos caber en moldes que no elegimos, que tenemos un lugar asignado que no podemos cuestionar. Esa violencia no golpea, pero condiciona, limita, marca. Y hoy, además, vivimos con una nueva forma de agresión que crece detrás de las pantallas: la violencia digital. Como madre, me aterra pensar en mis hij@s creciendo en un espacio donde cualquier foto puede ser utilizada en su contra, donde un comentario cruel puede destruir su autoestima, donde la humillación se vuelve viral en segundos.

La violencia digital no deja moratones, pero sí cicatrices: miedo, ansiedad, silencio, aislamiento. Muchas mujeres sienten que el simple hecho de existir en redes las convierte en un objetivo. Lo que más duele de la violencia digital es su invisibilidad. Se minimiza, se excusa, se deja pasar. Se convierte en algo tan cotidiano que algunas mujeres creen que tienen que soportarlo, que “es parte de internet”, que no merece la pena denunciarlo ni hablar de ello. Esa indiferencia colectiva es parte del problema. Porque cada vez que no frenamos un comentario hiriente, cada vez que ignoramos un ataque o lo justificamos con un “no te lo tomes así”, estamos contribuyendo a que esa violencia siga creciendo. Como madre, como mujer, no puedo aceptar que este sea el mundo que heredarán nuestras hijas e hijos. Me niego a normalizar lo que lastima. Me niego a callar ante lo que humilla.

Creo profundamente que cada una de nuestras acciones, incluso las pequeñas, construyen o destruyen espacios de respeto. Hoy, y cada día, elijo mirar de frente lo que muchas personas prefieren ignorar. Elijo hablar, educar, acompañar. Elijo enseñar que el respeto no es negociable, que la libertad del otro es sagrada, que tras una pantalla siempre hay una persona que siente. Elijo ser parte del cambio que tanto necesitamos. Porque la violencia contra las mujeres no siempre deja marcas visibles, pero sí deja huellas profundas. Y esas huellas no deberían existir. Ninguna mujer debería vivir con miedo: ni en la calle, ni en su casa, ni en su trabajo, ni en internet. Es momento de romper el silencio que sostiene estas violencias. Es momento de despertar la conciencia colectiva.

Es momento de construir, entre todas y todos, un mundo donde nuestra voz no sea callada, donde nuestra dignidad sea respetada y donde nuestra libertad sea un derecho, no un privilegio. Un mundo en el que todas podamos vivir sin miedo. Y donde nuestras hijas, algún día, no necesiten un 25 de noviembre para recordarles que merecen ser libres.

María Sanz de Galdeano Monreal, Secretaria General del PSN-PSOE de Estella-Lizarra y portavoz del Grupo Municipal

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