No hay paz para los derrotados, por José Félix Sánchez-Satrústegui

Creo que me repito —en mi descargo diré que también lo hacen las circunstancias—. Y es que la historia es tozuda. El acuerdo de paz en Gaza me ha traído a la memoria la última conversación de Las bicicletas son para el verano, situada en la Guerra Civil. En la película, dirigida por Jaime Chávarri y basada en la obra de teatro escrita por Fernando Fernán Gómez, Luisito, el hijo, interpretado por Gabino Diego, tras finalizar la guerra, le dice a su padre, Luis, interpretado por Agustín González, que le ha advertido sobre la posibilidad de que lo detengan: «Y mamá que estaba tan contenta porque había llegado la paz». El padre le contesta: «Es que no ha llegado la paz, Luis, ha llegado la victoria». La historia se repite con otros protagonistas.

Un rato después de montar un show en Israel, Trump repite besaculos en la cumbre de paz para Gaza celebrada en Egipto, a la que han asistido más de una treintena de líderes mundiales, entre ellos Pedro Sánchez. Aunque su objetivo principal siempre es hacer negocio y alimentar su ego, esta vez con el objetivo de obtener el Premio Nobel de la Paz, finalmente no conseguido —ya bastante desprestigiado como para hacerlo aún más—, sea bien venida cualquier señal conciliadora. Si el alto el fuego o acuerdo de paz, o como se le quiera llamar, sirve al menos para detener de momento la masacre, bienvenido sea. Pero no se puede denominar paz a un pacto en el que no participan los representantes del pueblo masacrado, a la tranquilidad de las cenizas resultantes tras el ruido de las bombas; no puede haber paz sin justicia y libertad.

Casi 70 000 muertos después no ha llegado la paz, sino la victoria de los genocidas y la destrucción total de Gaza con el apoyo de Trump y el pasotismo mundial. Ha faltado poco para que el Ejército israelí asesinara a todos sus habitantes —¿terminarán su tarea en el futuro?— mientras la comunidad internacional, esa entelequia, reconoce tarde y mal al Estado palestino. Pasaremos de tener un pueblo sin Estado a tener un Estado sin pueblo. Entretanto, los que vuelven a su tierra lo hacen a los escombros, no a sus hogares, a lo que, el Agente Naranja pretende que en el futuro sea un resort. Egolatría más negocio, lo dicho.

Las movilizaciones contra el genocidio llegaron a España y a otros países. Al boicot a la Vuelta Ciclista le siguieron manifestaciones masivas en torno a la flotilla solidaria que surcó el Mediterráneo hasta ser detenida por fuerzas navales israelíes en aguas internacionales.

Al principio, observamos el acuerdo con cierta, poca, esperanza, sin caer en un optimismo siquiera relativo tras asistir a una de las mayores tragedias humanas desde el final de la Segunda Guerra Mundial, un atropello del derecho internacional. En los últimos días, mientras acabo este artículo, Israel ha seguido asesinando y retrasando la ayuda humanitaria con lo que el alto el fuego intermitente sigue los patrones que se le antojan a Netanyahu. Todo parece indicar que esto no es un acuerdo de paz sino una nueva fase, que podríamos llamar Genocidio 2.0, en la que la masacre continúa de forma más disimulada o a un ritmo distinto. Veremos.

Israel es un Estado inventado por la ONU en 1947 obedeciendo el mandato de un dios inventado por los reclamantes de tal Estado. Con estos antecedentes, cualquier cosa puede pasar.

No solo no son de fiar Netanyahu y sus secuaces. Qué podemos decir de un tipo como Trump que ha decretado el cierre parcial del Gobierno, realizado redadas a inmigrantes y está desplegando la Guardia Nacional, sin acuerdo con las autoridades de los Estados, en ciudades demócratas con la intención de crear caos y aprovecharlo para adoptar medidas que de otra forma habría sido imposible por la contestación ciudadana. Tiene pinta de que esto no puede acabar bien para la democracia ni para la ciudadanía. Leo al actor Alberto San Juan hablando de la película La cena que «hay que tener más miedo a las dictaduras. Pues eso.

Parece que los estadounidenses empiezan a despertar de la pesadilla americana y cientos de miles protestan por todo el país en contra la deriva autoritaria de Trump.

Varios: Dedico mucho espacio a Gaza y al trumpismo, pero es que este se ha diseminado por el mundo, incluida la UE y España. Qué son sino Ayuso IDA 7291 y Abascal, por ejemplo. Feijóo disimula, se esconde, amaga, imita. «Un fascista es un fascista, rechace imitadores» (El Roto).

En una viñeta de Manel Fontdevila en elDiario.es, una mujer con una pancarta en la mano con el lema «¡Aborto libre!», le dice a otra: «A favor del aborto tengo esta de 1983. ¡Ya sabía yo que no había que tirar nada de todo esto!». Al fondo, se ve un armario medio abierto repleto de pancartas almacenadas con diferentes lemas que corresponden a distintas reivindicaciones del pasado más o menos reciente.

Viene esto a cuento del reabierto debate sobre el aborto. Primero, tras la estupidez de Almeida citando un síndrome posaborto, que científicamente no existe, por acercarse a Vox, Ayuso IDA 7291 advierte al PSOE que «desde que han llegado al Gobierno se ha abortado a un millón de personas. Se podría evitar. Pero les da igual. No se va a señalar a nadie por abortar, pero tampoco por negarse. ¿Le parece poco? Pues váyanse a otro lado a abortar». Quiere convertir un derecho, el aborto, en un asesinato en masa, además de prometer que incumplirá la ley y no creará un registro de médicos objetores. La derecha extrema responde con ataques de furia a propuestas. Lo dicho, el trumpismo triunfa también aquí.

Recordemos la viñeta de Fontdevila y no olvidemos que las conquistas sociales y los derechos peligran con el ascenso de las derechas más extremas. No destruyamos las pancartas, metáfora de la lucha. No podemos bajar la guardia ni permitir la impunidad de las atrocidades cometidas.

Los jueces siguen a lo suyo con «el que pueda hacer que haga». Peinado suma y sigue su Begoñafobia, con escritos de corta y pega —no da para más—. Las organizaciones ultraderechistas ayudan como pueden en todos los casos contra los rojos.

El respeto a la separación de poderes que jueces y magistrados exigen a los demás, pero no a sí mismos, lo ha escenificado esta vez el juez Puente, al que le produce «natural estupor» que Ábalos pueda seguir ocupando en el Congreso un escaño. Sugiere que la Cámara reforme su Reglamento para evitarlo, lo cual es una apreciación política que, además de cuestionar su imparcialidad en el caso, excede sus funciones. A los jueces les corresponde aplicar la ley. Si quiere influir en el Poder Legislativo «que se presente a las elecciones», le aclararon desde el Parlamento. No le causaron estupor a él ni a los suyos los muchos ataques a la separación de poderes por parte de los jueces o la realización de una huelga ilegal de ellos mismos, vestidos de toga y puñetas, contra el Gobierno por, entre otras cosas, pretender la democratización del sistema de acceso a la carrera judicial. Lo explica muy bien Manuel Altozano en infoLibre.

La memoria histórica provoca reacción histérica en la derecha. El PP apoya las leyes de la discordia donde Vox la necesita. «La actual derecha española no se ha sentido nunca identificada con la lucha por la libertad y la democracia», Sartorius dixit.

También el PP se pone al servicio de Vox contra la emigración. Habla de «orden y ley» y propone que quien venga a delinquir sea expulsado, lo cual ya se contempla en la legislación, así como la integración con deberes y derechos. Feijóo propone elevar el nivel de exigencia cultural y lingüístico para obtener la nacionalidad española. Lo plantea quien, pretendiendo criticar al Gobierno, es capaz de expresarse así: «La culpabalización (sic) y la estigmitación (sic) de la ganadería, haciéndoles responsables de las emisiones de metanol (sic) a la atmósfera». Feijóo confunde metano con metanol, sitúa a Huelva en el Mediterráneo y a Badajoz en Andalucía. Como le hagan la prueba que exige a los emigrantes, ¿lo expulsarán por no alcanzar el nivel?

El retraso en el seguimiento de al menos dos mil posibles casos de cáncer de mama en Andalucía es un claro ejemplo de lo poco que le importan la sanidad pública y las mujeres a Moreno Bonilla. Llegó a decir que, si en la mamografía previa «hay indicio, no se dice nada para no generar ansiedad». Cuánto cinismo. ¿O lo hace porque tras una mamografía no concluyente hay que realizar nuevas pruebas y eso cuesta dinero, que hay que restar de lo que da a sus amiguetes de la privada? Quizá esté intentando superar a Mazón en mezquindad.

Adenda: No hay paz para los derrotados, ya sean palestinos, abortistas, feministas, emigrantes, asesinados enterrados en cunetas y familiares vivos, tampoco para rojos electos que se atreven a gobernar o mujeres mamografiadas en un sistema corrupto.  Los que no acaban asesinados, lo hacen mal enterrados, señalados, condenadas a un cáncer o frente a un togado puñetero entarimado. Porque aranceles individualizados creo que no hay.

José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández

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