El mundo está hecho unos zorros. En un momento de la historia en el que nos hemos dado cuenta de que EE. UU., Rusia y China existen, nos percatamos de que Europa existe sólo a medias, menos de lo que pensábamos, instalada en una pachorra excesiva para estos tiempos en los que la histeria militarista pretende atiborrarla de pertrechos bélicos. Aunque poco ha cambiado en las últimas hebdómadas, lo cierto es que el nuevo agente naranja es un peligro continuo y hay que estar ojo avizor.
Tengo pocas certezas y numerosas dudas. Entre las primeras, sé que cualquier cosa puede pasar antes, durante o después de la aparición del energúmeno en el despacho oval interpretando la Trump dance —una mezcla del baile del pañuelo sin pañuelo (que me perdone Leonardo Dantés la comparación), en versión robótica, y androide despistado en busca de cerebro— acompañado de Musk con su niño, de nombre codificado, en modo Amedio —a hombros, como aquel mono compañero inseparable de Marco, el buscador incansable de su madre—. Entre las dudas, todas las demás. Dudo si necesitamos más desembolso en defensa y seguridad o mejor gasto o ni lo uno ni lo otro. Otra certeza: lo que sí necesitamos es más Europa.
El interés de los Estados Unidos por la supremacía mundial viene de largo, pero ahora Trump ha conseguido provocar un estado de ánimo belicista en los países europeos exigiéndoles que aumenten su gasto militar. La UE responde programando un desembolso de 800 000 millones de euros en cuatro años, un dispendio que, si no mejora la seguridad, al menos llenará las arcas de las empresas armamentísticas, sobre todo estadounidenses. ¿De eso se trataba?
Aunque nos aseguren que no, lo que se gasta en defensa se detraerá de otros usos, generalmente de gasto social. Aquí hay que ser claros, si no, ¿cómo se financia? ¿Es esto lo que quieren o necesitan los ciudadanos europeos? Se requieren más explicaciones.
Supongo que la creación de una Unidad Europea de Defensa —de la que se empezó a hablar hace más de treinta años y en ello seguimos— podría ser la posible solución al desenamoramiento norteamericano, pero en la UE existen discrepancias, además de que tal organismo no se construye en dos días. No obstante, se podría iniciar con una vanguardia de países más avanzados, como se hizo con el euro, y que solo requiere el establecimiento de unas estructuras de mando y de fuerzas puramente europeas, con los recursos ya existentes, bajo la autoridad del Consejo. De cualquier manera, como nos recuerda José Enrique de Ayala en uno de sus artículos sobre el asunto, la OTAN no parece una solución fiable para Europa porque solo responde a los intereses de EE. UU., como está demostrando Trump. Sin embargo, no basta con nuestro antiguo deseo de «OTAN NO», sino que hay que tener una estructura defensiva europea alternativa a la que acogerse. Un salto al vacío parece poco responsable, advierte Ayala.
De entrada, yo también me opongo al aumento de gasto en defensa, y, por supuesto, a que este salga de la inversión social, pero hace falta tener algún plan para prevenir que dos sátrapas electos quieran seguir repartiéndose tierras europeas después de Ucrania.
Aun así, si queremos defendernos, lo primero que debemos hacer es fortalecer la democracia y el Estado de bienestar. Europa es imperfecta y perfeccionable, pero irrenunciable.
La sociedad civil italiana lo ha entendido, y en una movilización espontánea, popular y transversal, salió ayer a la calle a defender el orgullo de ser europeos, ondeando básicamente la bandera de la UE y recordando que «nuestros verdaderos enemigos somos nosotros mismos cuando olvidamos nuestra fortuna».
En su artículo de hace unas fechas, Unai Sordo apunta algunos deberes para esta idea de más Europa: un plan común de inversión, un Fondo Europeo que apuntale la autonomía estratégica de la UE y la reducción de las desigualdades, reducir la dependencia exterior en el terreno industrial y de la transición energética, invertir en la investigación y la innovación digital, así como incidir en la protección del desempleo y otras contingencias. Aunque es necesario incidir en una política exterior y de seguridad y defensa comunes, esto no debe implicar una carrera armamentística de los estados europeos individuales. Si bien no hay que escatimar esfuerzos para alejar la guerra, la autonomía estratégica es mucho más que política de seguridad y la política de seguridad es mucho más que política de defensa, reflexiona Unai Sordo. Asimismo, es imprescindible superar las reglas de gobernanza que constriñen la capacidad de actuación de la UE, como son las exigencias de unanimidad o las posibilidades de veto.
La amenaza para Europa no viene solo de fuera; también está el peligro interno con el crecimiento de la ultraderecha, que recoge descontentos y malestares diversos que las democracias no son capaces de gestionar. Las últimas decisiones en política de migración son una deriva inhumana y que van en contra de los valores que debería preservar la UE.
Sigo con mis dudas. Algunos ciudadanos se manifiestan a favor del rearme; otros, absolutamente en contra. Miles de personas firman un manifiesto en el que declaran: «No nos resignamos a la guerra, porque no queremos la paz de los cementerios, porque la historia nos demuestra que el único camino realista para conseguir la paz no es militar, sino político. Pónganse manos a la obra y trabajen por la paz, se lo exigimos».
Bertrand Russell se opuso de manera furibunda a la I Guerra Mundial por lo que perdió su puesto de profesor y pasó seis meses en prisión. Cuando estalló la II Guerra Mundial se dio cuenta de que para seguir defendiendo los valores de civilización, democracia y justicia en los que creía, su país estaba obligado a repeler la invasión de Hitler y el ejército nazi. En un ensayo titulado El futuro del pacifismo acuñó la idea de un pacifismo no-absoluto que luego se ha calificado como un pacifismo con los ojos abiertos. Lo cuenta Irene Lozano en un artículo en elDiario.es. Me apunto a este pacifismo con los ojos abiertos.
Adenda: La guerra de Ucrania acabará con un reparto acordado entre las partes sin contar con la parte principal, la agredida: las tierras raras para Trump, las normales para Putin. A tal barbaridad lo llamarán paz.
A la vez, el gobierno genocida de Israel, presidido por Netanyahu, insiste en el exterminio del pueblo palestino —ya les queda menos—, apoyado de manera directa por EE. UU. y de forma indirecta, además de vergonzosa, por aquellos que no hacen lo suficiente por evitarlo, es decir, por una comunidad internacional y una UE excesivamente reservadas, por decirlo suavemente, más allá de palabrería sin consecuencias reales. El Gobierno español, por ejemplo, envió entre 2024 y 2025 material militar a Israel por valor de 50 millones de euros, aunque asegura que era material no letal y que no ha sido usado en Gaza —dirán que eran tirachinas para que los usaran los militares israelíes en los pocos ratos libres tras asesinar civiles palestinos, entre ellos miles de niños—. También llamarán paz a la desaparición de Palestina y los palestinos. Desvergüenza y cinismo de tantos frente a la vergüenza que debe sentir el ser humano normal.
Fin: Bruselas y los mercaderes del miedo recomiendan a los ciudadanos que tengamos provisiones para 72 horas por si acaso se pone más jodida la cosa. Como en el kit de emergencia no me caben el vino y el whisky imprescindibles, y menos aún un barril de cerveza, estoy intentando conseguir suficientes dosis de optimismo y esperanza en píldoras oníricas.
José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández

