Un emigrante es un ser humano que huye de la guerra, del hambre, de la miseria, del miedo. Un inmigrante es un ser humano que ha huido hacia la esperanza y se encuentra con la indiferencia y el odio si antes no lo han matado el mar, las mafias o las fronteras con sus diferentes armas. Los menores no acompañados son seres humanos, niños y niñas solitarios enviados a esa esperanza desde la desesperación de sus mayores. ¡Seres humanos! Recordémoslo también los seres humanos de conciencia frágil, los de olvido fácil o los de escaqueo ágil. ¿No se nos ocurre pensar qué haríamos nosotros en su lugar si nos ocurriera algo parecido en el futuro? o ¿qué hicimos cuando nos sucedió en el pasado?
Allende la otra orilla malviven millones de personas en zonas que fueron arrasadas con empeño, desvergüenza y terror durante siglos por los de esta orilla, los bienfortunados. Nacer en este lado no da derecho a ser inhumano con los que no tuvieron esa suerte.
No hay seres humanos ilegales por el hecho de no ser como nosotros. No hay inmigración ilegal, sino, en todo caso, leyes injustas de los países receptores contra los que huyen de la injusticia legalizada en sus lugares de origen, ya sea por hambre, guerras o por alguna otra de las múltiples formas de violencia.
Tampoco existe un problema migratorio en España, como recuerda Isaac Rosa. Se encontraba muy abajo en nuestra lista de preocupaciones, aunque los intentos de la derecha xenófoba han llevado a auparla ya hasta el primer lugar de esa lista a nivel estatal. Pero cuando se nos pregunta no por los problemas del país en general, sino por los que personalmente más nos afectan, la inmigración cae más abajo. Es decir, hay interés en que se considere un problema lo que no es tal. En las encuestas, bastante gente de barrios acomodados, que apenas tiene trato con personas inmigrantes, asegura que es un gran problema; y vota en consecuencia, de forma inconsecuente.
Hay un problema de racismo en toda Europa, eso sí, que se está incrementando gracias a la actuación interesada de la extrema derecha, que no está en la política para hacer política, sino para fomentar el odio. «Yo no soy racista, pero…». Los peros que se añaden al yo no soy racista se curan diciendo y actuando claramente como antirracistas. Quiero decir que no vale con no ser racista, pero… Hay que ser militante antirracista.
«Si tanto te gustan, mételos en tu casa», es otra frase que se utiliza con frecuencia desde el cinismo. Sin embargo, la usan con insistencia quienes no tienen inconveniente en «meterlos en sus casas» para cuidar a mayores o niños, dando solución a un grave problema social que el Estado no cubre y las familias no disponen de recursos suficientes, o como empleadas de hogar —dos de cada tres mujeres que trabajan en estos sectores son inmigrantes—. O cuando los encierras en fincas, en estado de semiesclavitud; incluso en espectáculos, como, presuntamente, los becarios camuflados como turistas para el musical Malinche de Nacho Cano.
De los fascistas solo esperamos odio, como ya he dicho; de la izquierda esperamos mayor implicación. De la derecha española, que deje de liarse. Un ejemplo. Para no desautorizar a Tellado y a otros dirigentes del PP que han hablado de deportaciones masivas, Feijóo lo ha explicado a su manera. «La deportación masiva es la suma de muchos individuos retornados». Después lo ha aclarado al asegurar que no puede haber deportaciones masivas porque estas «se hacen siempre de forma individualizada». Al insistirle el entrevistador en Onda Cero, ha intentado justificarlo de una manera muy confusa: «Pues será la suma de muchos individuos y se podrán considerar masivas las deportaciones». Las reflexiones sobre si la suma de numerosos individuos es masiva no se deberían incluir en el terreno de las matemáticas, aunque pudiera parecerlo, si acaso en el de la filosofía. Intenta un eufemismo y consigue un feijoismo —palabro que no solo define las «originales» expresiones que le son propias, sino que asimismo se refiere a esa parte de la ontología que estudia las propiedades trascendentes (en este caso, intrascendentes) del citado personaje, ese ser que no es lo que quiere ser porque no quiere, según dice, o mejor, no puede ser lo que quiere ser; es decir, que no se sabe qué es—.
El problema surgido por el reparto entre las CC. AA. de los menores acogidos en Canarias es, como escribe Sol Gallego, de circo y vergüenza. Como se ha expresado en algún medio, que la decimoquinta potencia económica mundial, con casi cincuenta millones de habitantes, que recibe a lo largo del año cerca de cien millones de turistas, haga de la acogida de seis mil menores un problema político irresoluble, es infame, significativo de la incompetencia de los que tienen la potestad para solucionarlo; de grotesco, en fin.
Hay soluciones, por supuesto. La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), verbi gratia, realizó en 2023 dieciséis propuestas sobre migración y asilo que podrían servir de referencia, como establecer vías legales y seguras para solicitar protección internacional, eliminar devoluciones ilegales y sumarias, garantizar una adecuada protección de las niñas y niños en puestos fronterizos y territorio, aprobar la Ley Integral de Protección y Asistencia a las Personas Víctimas de Trata de Seres Humanos, eliminar obstáculos a la reagrupación y extensión familiar, cierre de los CIE, blindar la función de salvamento de vidas humanas en el mar, coherencia de las políticas migratorias con los derechos humanos, defender una posición garantista en las negociaciones del Nuevo Pacto Europeo sobre Migración y Asilo entre otras.
«Olas gigantes llevadme con vosotras», exclamó Bécquer, arropado entre sábanas de espuma. Quizá sea el mar uno de los más grandes asuntos de la poesía. Donde se observa, se escucha o se huele, incluso donde solo se intuye el mar, brota la música de un poema. Ahora, los poetas que cantaban al mar se conforman con rimar las lágrimas.
Europa se hunde víctima de su ego, pero son los de la otra orilla, la mísera, los que ponen los ahogados.
Diseñamos rayas insalvables que la miseria atraviesa como si fueran de éter. El hambre salta la verja aherrumbrada de prejuicios; alfombramos el paseo entre orillas con un mar pintado de azul cínico que es un abismo negro.
Nos alumbra el mismo sol que les abrasa, nos esmalta la piel de caricias la misma luna que a ellos siembra de arañazos. Nos bañan las mismas olas que solo ahogan a los de la ribera desventurada. Huyen de la muerte para encontrar la muerte en el camino hacia un sueño. Superan el miedo al pensar que cualquier miedo pasado fue peor.
Adenda. No forman parte del asunto tratado en este artículo de opinión, sin embargo, no debemos jamás olvidarlos. Por un lado, el machismo. El caso Pélicot lo mantiene en lo más alto de la actualidad de donde, por desgracia, nunca baja. Aún falta bastante para erradicar una mentalidad que trivializa el abuso y la agresión y que, en demasiados hombres, perpetúa la idea de que disponer del cuerpo de las mujeres es uno de sus privilegios. No incido más porque ha sido tratado con claridad y contundencia en este medio hace unos días por Pilar García Torres en su artículo Nos siguen matando. Recomiendo su lectura.
El genocidio del pueblo palestino persiste con la inacción vergonzante del mundo libre y democrático. Tampoco lo olvidemos.
Una última cuestión a recordar. No es exactamente el planeta lo que está en peligro por culpa del cambio climático, sino la vida humana en el planeta, declara Luis García Montero en la SER. Pues eso.
José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández

