Obsolescencias e indecencias, por José Félix Sánchez-Satrústegui

Es época de obligada estivación —más en unos sitios que en otros— por culpa de la calorina que nos achicharra. Por tal razón se da un aumento de horas de inmovilidad sudorosa e insomne y mi mente se dedica gran parte de ese tiempo a pensamientos vaporosos y meditaciones intrascendentes, mientras los ojos miran al techo o se entornan y el alma resopla a través de la boca. Ante la avería de un electrodoméstico —menos mal que no fue el frigorífico, tampoco el aire acondicionado—, el técnico me dijo que el aparato en cuestión ya no tenía arreglo a causa de la obsolescencia programada; es decir, había alcanzado el fin de la vida útil tras un período de tiempo calculado de antemano por el fabricante.

¿Existe la obsolescencia programada en el ser humano?, me pregunté, meditabundo. Sin entrar en profundidades filosóficas, ya digo, especulé que, además de planificada genéticamente, debe estar influida por elementos del medio ambiente.

La vejez, en la que poco a poco me instalo —cumplo años, sí: la alternativa es peor—, viene programada, pero tiene mala prensa. Ya sabemos que en la sociedad actual muchos piensan que los viejos gastan y no producen, dan problemas y ningún beneficio, así que, en algunos casos, la solución final puede estar, incluso, en algo parecido al protocolo de la vergüenza de Ayuso en las residencias de mayores de Madrid durante la pandemia, cuando estorbemos demasiado.

Debe hacerse saber, no obstante, que, dado el comportamiento humano en general, vivir mucho tiempo puede ser perjudicial para la salud del planeta; sin embargo, tampoco fue ese el trasfondo del asunto de la reflexión. Lo que sucedió es que me llegaron a la memoria entumecida nombres propios a los que alguien, o ellos mismos, ha colocado en el pelotón de desfasados.

Los propios demócratas han echado a un lado a Biden por el deterioro cognitivo evidenciado en los errores cometidos en el debate con Trump. Es posible que haya llegado al límite de sus capacidades al menos para seguir como presidente de los EE. UU., si bien pueda seguir vigente para otras actividades, que no todo va ser estar en lo más alto del poder. La obsolescencia de Trump, quien le anda cerca en edad, ya venía de antes, seguramente inducida no solo por ingredientes genéticos, sino por un sumatorio de factores externos. Como niega consumo de drogas —aunque pudiera parecer lo contrario—, habrá que escudriñar otras causas: su gusto por la comida basura, por la ilegalidad y los escándalos o vaya usted a saber. Su enrevesado cardado, que a decir de expertos peinadores pretende ocultar la alopecia que le afecta, quién sabe si asimismo procura disimular una especie de «calvicie neuronal». A Boris Johnson le sucedía algo parecido, como a Milei —no obstante, el cerebro de este pirado debe producir estupefacientes que, a su vez, le agitan la melena y diversas funciones fisiológicas; y le provocan altilocuencia y maledicencia, en consonancia con lo que le sucede a Trump—.

El juez Peinado, desmelenado —las pelambreras andan revueltas— en busca de algo contra Begoña Gómez, se ha convertido en una metáfora de cómo quiere alcanzar la derecha la Moncloa: al asalto, por cualquier vía, incluso judicial, con bulos y vídeo incluido, sin pasar por el voto ciudadano. Los que justifican su torpeza por ser viejales prefieren ignorar que los tics y actuaciones no tienen relación tanto con su provecta edad como con su tortedad visual, la cual solo le deja ver con el ojo derecho. Una parte de la Justicia, con gran poder, que parece seguir atada y bien atada desde que la dictadura la dejó así, ha alcanzado la obsolescencia a pesar de que está programada en su actual estatus para ser eterna. De momento no hay ruido de sables, sino rumor de togas y hedor a puñetas. «Cada época tiene su fascismo», dijo Primo Levi.

Felipe, Guerra e Ibarra, verbi gratia, no aguantan permanecer en la estantería de los objetos pretéritos y les gusta bajar a la arena política a desbarrar. No estoy de acuerdo con quienes achacan sus disparates a la edad, sino que el paso del tiempo ha ido descubriendo sus verdaderas ideas «oligosocialistas», por decirlo de forma suave. Aznar no cuenta, porque el narcisismo grave es una enfermedad mental y hoy no me toca hablar de tal cosa. Sartorius, por el contrario, intelecto claro y coherente, es un ejemplo de que la obsolescencia puede esperar.

Llegados a este punto, debo reconocer que hay bastante gente que nació ideológicamente en las cavernas y sigue allí, no ha necesitado caducar.

Nacho MeCano es un caso de obsolescencia provocada, además de posibles factores genéticos, por causas medioambientales —indigestión precoz de drogas con una adolescencia y juventud no bien culminadas en su momento o, incluso, por un esguince cerebrobraquial al intentar tocar varios teclados a la vez alejados entre sí—. Fue detenido por la Policía acusado de un presunto delito contra los derechos de la población inmigrante y otro contra los de los trabajadores. Este tocapelotas es de los muchos que está contra la emigración ilegal salvo que sirva para aprovecharse ilegalmente de ellos. Tras tomarle declaración, quedó en libertad con cargos a la espera de una citación judicial. Habría contratado presuntamente a inmigrantes en situación irregular para el musical que representa en Madrid. El músico, devenido en besaculos de IDA, declaró: «Todo esto lo ha orquestado la Policía, es como la Stasi. Es una operación sucia y asquerosa… Esto es lo más parecido a la Stasi, a Venezuela». Barbie Madriles concluyó que la destrucción personal con fines políticos es estalinismo. El uso de esta típica mezcla le viene muy bien a la derechona para atacar sin fundamento al gobierno de izquierdas. Estaría asesorada por M.A.R. para tales referencias, ese bellaco con las neuronas encharcadas en privas y mala baba. Todos ellos hablan de manipulaciones en su contra, incluso electorales. El colmo del cinismo.

Algunas formas de actuación político-policial, además de en la obsolescencia, se mueven en la putrescencia. La Policía Patriótica, o Política —PP, en cualquiera de sus versiones, una coincidencia casual en las siglas con cierto partido—, tan pertinaz en su nostalgia del gris —no toda, claro—, es una Stasi, esta sí, creada por el exministro Jorge Fernández, quizá asesorado por su ángel de la guarda, Marcelo, bajo el gobierno de M. Rajoy, ese desconocido de los papeles de Bárcenas, para vigilar y destruir a sus rivales políticos.

Según lo publicado por El País y elDiario.es, decenas de policías consultaron entre 2015 y 2016 casi 7.000 veces las bases de datos del Ministerio del Interior en busca de trapos sucios contra los diputados de Podemos en un espionaje masivo e indiscriminado. El encargo partió del entonces secretario de Estado de Seguridad, Francisco Martínez. Media docena de comisarios a las órdenes de la cúpula política se afanaron en la búsqueda. Contactaron con exdirigentes venezolanos en sus pesquisas sobre una supuesta financiación ilegal de Podemos, filtraron cuentas falsas en paraísos fiscales de Pablo Iglesias y pactaron regalos a expolíticos venezolanos a cambio de declaraciones contra Podemos. Se trata de uno de los hechos más graves ocurridos en la reciente etapa democrática. La justicia apenas ha intervenido y cuando lo ha hecho ha ido archivando los escasos procedimientos abiertos. El juez Pedraz debe probar que en España rige el imperio de la ley y se castiga a los infractores.

Con todo, esta investigación penal llega muy tarde mientras durante una década la Justicia miraba hacia otro lado, lo que hará que gran parte de aquellos abusos vayan a quedar impunes. Justicia tuerta, repito una y mil veces.

Además de obsolescencia, en este artículo se muestran casos de indecencia, putrescencia, incompetencia, impertinencia, maledicencia, falta de inteligencia, amarulencia y, en el caso español, de infrutescencia —donde una agrupación de hijos de fruta diversos con apariencia e intención de unidad, se confabulan contra el gobierno y la democracia—.        

No todo lo expuesto es obsolescencia, decía, pero riman en consonante. Están en consonancia, o sea.

José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández

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