Se nos ha muerto Salvador Martínez, por Juan Andrés Pastor

La noticia llegó a Estella precedida por los tambores de una interpretación de gaita estellesa, enseguida la melodía de la lluvia fue marcando los ritmos y después nos dejamos llevar. La música, cuando la sentimos propia, nos lleva de manera invariable a nuestra raíz, que es donde se encuentran los afectos. En mi caso, enseguida oí las campanas de San Pedro de la Rúa, quisieron señalar el lugar de la vida, aunque siempre identificamos el aldabonazo como una despedida. En Estella, la ciudad de las campanas, ese sonido señala la vida, como ocurrió hoy domingo con la aurora en honor a San Pedro. El día de hoy ha supuesto el final de las fiestas del barrio, fiestas que sin el gaitero no son nada. La tonada de este domingo volvió a ser para dos gaitas, la de Salvador marchándose y la de su hermano Juan Carlos que es la que se queda y la que sufre, porque siempre sufren quienes están al quedarse solos. Ayer, sábado, ambos interpretaron, otra vez en la plaza de San Martín el Baile de la Era, para que lo bordaran en la memoria los dantzaris de Ibai Ega, para mi gusto con ellos baila el sentimiento y la pureza a la justa velocidad de la memoria, a eso algunos lo llaman pureza pero yo creo que es dignidad.

Los gaiteros vestían sus mejores galas y su interpretación, en el barrio monumental de Estella-Lizarra, estuvo a la altura de la torre de San Pedro, tal y como siempre ha ocurrido desde que sabemos que la elegancia es prima hermana de la conciencia. Estamos en una tierra en la que la gaita nos acuna desde la aurora a la madrugada: pasacalles, cadena, fandango, vals, jota vieja, boleros y esa carrera final que termina, de manera invariable con el saludo más emocionante que conozco, cabezada y la enorme solemnidad del pueblo llano que hace de la Era el escenario del esfuerzo y la recompensa del ánimo.

Es ahí donde siempre estará Salva, aunque yo lo voy a recordar con esos ojos chiquitos y luminosos como petardos festivos que estallan para celebrar la alegría cómplice de quienes lo hemos conocido en sus múltiples sabidurías.

Cuando mi hijo el mayor apenas sabía andar, Salvador lo llevaba en un trineo que tiraba su magnífica perra por la C/ La Rúa, yo desprendía un agradecimiento mayor que la de los millones de peregrinos que durante más de mil años han recorrido ese espacio del juego y el agradecimiento. A Andrés le hacía silbatos con huesos de melocotón que aún suenan en mi agradecida memoria.

Este pasado fin de semana, hemos celebrado en el barrio las fiestas de San Pedro, me senté junto a él y al lado de su hermano de gaita, Duñabeita,  nos tomamos un par de vinos, reímos algo habitual, y ellos tocaron con su gaita el alma de quienes les rodeábamos, algo habitual.

Y hoy, que es el día del señor, se fue. Lo hizo con la gaita en su corazón, que es el mío, en Vergara, por sorpresa mientras las cenizas de la hoguera de San Pedro, en su barrio, aún humeaban y se puso a llover entre campanas. Siempre habrá campanas en San Pedro, cenizas humeantes, dianas y esa sonrisa que algunos llaman dulzaina pero es gaita, y gaita estellesa. Se ha puesto a llover amigo, en el sirimiri está tu risa y la de tu familia, tus amigos y ese nieto que yo sé seguirá el camino que a todos nos has enseñado y que él ha aprendido.

Yo creo que lo sabías, pero se te quiere. Si por mi fuera este año las fiestas de Estella, tras el cohete empezarían con un minuto de silencio.

Salvador, brindo por ti.

Juan Andrés Pastor

Un comentario en “Se nos ha muerto Salvador Martínez, por Juan Andrés Pastor

Deja un comentario