Se ha muerto Juan Mantero, por Juan Andrés Pastor


Me acaba de llegar la noticia del fallecimiento de mi amigo Mantero, a quien yo llamaba y seguiré llamando el Top. En su amistad ofrecía todo y jamás pidió nada, ni siquiera la voluntad. Dejas un pasaporte de cariño en mí, querido amigo. Buen viaje.

(Este texto es de hace algún año pero nuestra amistad es ya un Gran Reserva)

No sé cuándo podré conocer a Juan Mantero Ruiz, me temo que voy a necesitar para ello más tiempo que paciencia. No obstante no tengo como objetivo conocerle en profundidad, sino apreciar los pocos momentos que podemos (perdón) compartir.

Juan, ya lo dije hace días, es un topmanta de la amistad. Lo ofrece todo a la luz, a la vista, boca arriba, todo lo que tiene y a cambio de tan poco que le terminas dando lo más preciado; es decir la confianza. Tiene empatía y es tan inteligente que te deja hablar, escucha y me deja pagar la primera caña.

Ese para mí es un problema y para él tampoco. Quiero decir que a ambos nos gusta hablar, pero después de escuchar. Osea que somos conversadores y se nos hacen medios los mediodías.

Quedamos un sábado en el chiringuito fluvial de Los Llanos, hago acto de presencia un minuto tarde y lo veo sentado en un banco del parque con toda su enjuta presencia apoyada en un bastón. Viste pantalón oscuro y chaqueta gris, camisa de cuadros. Nada más verlo sonreír lamento que no lleve el sombrero Panamá que sé que tiene.
La posterior charla me confirma la sospecha que de él tengo hace años.

A este Mantero, a pesar de lo que diga, le quedaría como Dios ser latifundista en Sudamérica. Juan refleja una elegancia anacrónica, la que tienen los personajes blancos de García Márquez en las lecturas pausadas.

Hablamos del ser y de la nada (de lo divino nada y de lo humano todo). Cada cual a su manera tiene maneras.

Es curioso: a la actualidad le damos reposo y poso y rescatamos motivos de un chismorreo novelesco que nos lleva de la guerra civil al baloncesto y del tabaco al verso.
Nos timplamos dos cervezas cada uno y nos quedamos con más sed que tiempo. Juan come por debajo de lo justo y se le nota en las prisas que son pocas. Además se apoya en el bastón. Si no fuera por la figura, más de caballero que de triste, me recuerda a Doctor Jhon cantando «There Must Be A Better World Somewhere» Los dos sabemos que de existir ese mundo está en esta parte, del lado de los hombres que no tienen prisa.

Quedamos para tomar más cervezas cualquier rato y sé que quedaremos para hablarnos despacio, como el blues que sigue soñando bajo el ala del sombrero que hoy Mantero no se ha puesto.

Llego a casa y doy los recuerdos del mandado y me preguntan: ¿Qué tal todo?
-Bien, hemos estado hablando.

(Hacía tanto de la última vez que me parece que la línea de 6,25 no existía)
Juan llama otra vez cuando regreses o mejor: regresa cada vez que me llames.

Yo llegaré un minuto más tarde para verte sentado y que no se note que yo soy el que espera.

He recordado algo que Mantero escribió sobre esta Estella a la que tanto ha amado. Lo entrecomillo:

“Hay lugares mágicos en el mundo. Me consta.  Estella-Lizarra es, sin duda, uno de ellos. A mí ya no me sorprende en absoluto, estoy preparado para la oferta y siempre supera mi demanda. Este sábado 31 aterricé de nuevo -para pocas horas, mis visitas cada vez son más espaciadas y más breves- y, fiel a mi costumbre, me lancé a la calle. Ajetreo, o lo que es lo mismo, ciudad viva….

Con mi paso cansino retomo la magia, y me mimetizo en las estrechas calles como un ectoplasma, admirando, sin guía y sin destino específico.

Encamino hacia Chapitel, renqueante, y paso a la Rúa a contemplar todo lo que aprendí y sigo aprendiendo. Levanto la vista hacia San Pedro, majestuoso, y me niego a utilizar su ascensor (lo siento, no me gusta sentirme inválido). Desde la plaza de San Martín escucho el rumor familiar del Ega y recuerdo cuando bajaba esas escaleras bailando pañoladas, aun forastero, me entra morriña, es probable que no haya más. Vuelvo hacia el núcleo duro, bares y comercios a pleno rendimiento. En la calle Mayor casi me parece oir el sonido que hacen las vacas en el encierro aproximándose, creciente, amenazante…, más morriña; otra cosa más que nunca sentiré.

Tampoco pasa nada. Hay que saber que la vida pasa, inexorable, y a veces pasa sin más y otras muchas por encima, como un tren de mercancías, uno de esos convoyes que yo, confuso, suelo esperar en aeropuertos, bobalicón de mí.

Descanso en la ruta. Otro vino, navarro, desde luego. A gusto, solo, o mejor conmigo. Pienso entonces: ¿tan mala es la Navidad? Y añoro el día de Reyes y la sorpresa que me traiga, y la alegría de los estelleses ese día; y me da pena no poder acudir más a menudo, y pienso que ya llegará el Puy, y la Semana Medieval, y San Andrés y las fiestas de agosto, y que aunque yo falte, me encanta ver a Estella – Lizarra sonreir.

Porque Estella es pura magia”.

Tengo un amigo.

Juan Andrés Pastor

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