De las bolitas a los bolazos, por José Félix Sánchez-Satrústegui

Si bien la pérdida de sacos de pélets comenzó en diciembre, enero se inaugura con su diseminación incontenible. La marea blanca, que desde Galicia afecta ya a todo el litoral cantábrico, ha sido definida como «bolitas de plástico» —que, aunque bien utilizado gramaticalmente, en este caso suena a diminutivo atenuador e interesado—. La catástrofe medio ambiental del Prestige también comenzó con «pequeños hilillos de plastilina en estiramiento vertical», en palabras de Rajoy, entonces vicepresidente de Aznar. Nunca máis… Ou si. El plástico nos rodea, nos inunda, se introduce en nuestros organismos. Seremos plástico, mas plástico enamorado; escribirá el poeta.

Ignoro si la elegida como palabra del año pasado es, además, una amenaza para el recién comenzado. La polarización parece tener vocación de continuidad, intenciones de permanencia. Hasta ahora, ninguna ha repetido como palabra del año —no sé si tal cosa es posible—. Sospecho que esta, aunque tampoco sea reelegida, hará méritos suficientes para ello. Acabamos 2023 y comenzamos 2024 con la furia de la derecha-extrema-derecha contra el PSOE y el apaleamiento de un muñeco que representaba a Pedro Sánchez que el PP solo critica a medias, desganado, mientras culpa a los socialistas. PP y Vox continúan enzarzados en una pelea por ver quién es más patriota para putodefender España, insulta más y tiene la rojigualda más larga. Por esta y otras razones, ante la posibilidad de que el año que comienza vuelva a ser interesante en ese sentido, Isaac Rosa propone un buen deseo: que nos aburramos un poco.

Aunque el ejemplo concreto más violento lo protagonizó, de momento, el chulo arrebatapuñadas Ortega Smith en el Ayuntamiento de Madrid, «el objetivo es elevar la “protesterona”, es decir, aumentar el nivel de violencia y machismo para aumentar la “virilidad de España”», en palabras de Miguel Lorente Acosta en infoLibre. ¿Sigue vigente la idea de colgar a Pedro Sánchez por los pies como pronosticaba Abascal?

La multitud de elecciones que se nos vienen encima —algunas autonómicas y europeas; norteamericanas, con Trump de vuelta, y en más de setenta países, con casi la mitad de la población mundial yendo a las urnas— auguran mayor cantidad e intensidad de enfrentamientos. No digamos ya si nos referimos al genocidio israelí. Cuando queramos reaccionar —que no lo haremos, sumergidos en las medias tintas que se mueven entre el pasotismo, la inhumanidad humana y la sumisión a EE. UU.—, no quedará ni un palestino vivo, yacerán todos junto a nuestra dignidad.

La bronca entre las izquierdas no cesa. La decisión de Podemos en Galicia me parece un gravísimo error. Esta organización, mientras termina de suicidarse lentamente, o no tan despacio, decide dar una patada a Pedro Sánchez y a Yolanda Díaz en el culo de los parados. Votó junto a PP y Vox el decreto que ampliaba el «subsidio de paro asistencial», argumentando que ese decreto introducía recortes para los parados de más de 52 años, pero los números reflejan que se les ha hecho un enorme daño con ese no. Léase la explicación de Javier Ruiz en diversos medios sobre este asunto: «Podemos dice que se da menos trozo de tarta y el decreto señala que la tarta es el doble de grande, por lo que no hay recorte, lo que ha habido es un “tiro en el pie” a los parados de más de 52 años». El purismo rojo «poseclesiástico» —da toda la sensación de que, aunque retirado oficialmente, desde un segundo plano, Iglesias sigue mandando, como aquellos jarrones chinos, antiguos líderes políticos que seguían compareciendo y tutelando a sus sucesores, a los que tanto criticaba, entre los que se encuentran Aznar y Felipe González— divide a las izquierdas. Me suena mucho, por experiencia propia, esta tendencia autodestructiva de cierta izquierda por culpa de unos líderes a los que a su inteligencia e ideas divinas para asaltar el cielo les supera su ego. Esto no es obstáculo para denunciar sin paliativos la persecución sistemática a Podemos por parte de sectores judiciales reaccionarios.

Como resultado, más de 100 militantes de Podemos en Catalunya se dan de baja tras la sanción a los dirigentes que apoyaron a Sumar. Y no tiene visos de parar. No me alegro; al contrario, me apena, pero se ve venir el desastre.

A pesar de que cada uno se puede sentir español, o no, a su manera, las izquierdas deben centrarse en aplicar políticas que disminuyan las desigualdades sociales. Es decir, preferimos la subida del salario mínimo o la de las pensiones antes que vitorear a don Pelayo o sentir nostalgia por don Carlos de Austria. La historia tiene su sitio y las leyendas y la historia manipulada, el suyo. La política debe aplicarse en mejorar la vida de la gente, más la de la que peor lo pasa. Y no lo hace siempre si se empeña en autodestruirse o entrar en debates estériles, independientemente de que el diálogo siempre es necesario.

Algo se hace mal, no solo aquí, sino en todos sitios. La concentración del poder mundial de las empresas y los monopolios están contribuyendo a agravar la desigualdad, haciendo más ricos a los más ricos y más pobres a los más pobres. El 1% más acaudalado de España concentra el 22% de la riqueza del país y la mitad más pobre apenas tiene el 7% del dinero y patrimonio total. Los cinco hombres más ricos del mundo han duplicado con creces su fortuna desde 2020, mientras que el 60% más pobre ha perdido dinero, según un informe de Oxfam publicado estos días en Davos, donde se celebra anualmente el Foro Económico Mundial.

«La democracia social debe conseguir una riqueza bien distribuida, una economía hermanada con el humanismo», escribe Luis García Montero.

PP y Vox plantean ilegalizar partidos políticos que piensan de forma distinta pocos días antes de que una investigación conjunta de elDiario.es y La Vanguardia revelase algunas claves de la guerra sucia del PP de Rajoy contra el independentismo —no solo se vigilaba a dirigentes de esta ideología, sino que se extendió al fiscal superior de Catalunya, por ejemplo—, como los informes falsos que distintas unidades policiales hacían llegar al entonces ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, pese a que este lo negó en el Congreso de los Diputados. Según fuentes involucradas en el caso, algunas de tales «notas informativas» acabaron en el despacho del propio M. Rajoy. Este es el Estado de derecho español cuando el PP gobierna y tiene que enfrentarse con el nacionalismo catalán, como antes hiciera Aznar con el vasco.

Al acercarse los procesos electorales, arreciaban las campañas contra los rivales del PP con la intención de manipular a la opinión pública. En las portadas de algunos periódicos de Madrid se publicaban las conclusiones de los informes falsos.

Los actuales putodefensores de la Constitución callan de forma obscena ante esta cruzada repugnante dirigida por «san» Jorge Fernández, los jueces se pasan la pelota.

Fernando Savater, creo que ya portavoz extraoficial de la ideología Vox-PP, escribió en su columna de El País —que acostumbro a saltarme por salud mental, pero que un amigo ha decidido leérmela— escribe que la Mafia se Sienta a la Mesa sería un buen título para la mesa de diálogo… Finaliza con puntos suspensivos. ¿Preferirá las formas, presuntas, del Gobierno de M. Rajoy y su policía patriótica para tratar los asuntos catalanes muy por debajo de la mesa, es decir, en las cloacas? Contra esto aún no se ha pronunciado, será una nueva Ética para Amador.

«Diez años de mentiras y ni una disculpa por la guerra sucia», titula Neus Tomás su artículo en elDiario.es. Algo que los jueces evitan investigar. ¿Tendrá esto algo que ver con el interés del PP en no renovar el Consejo General del Poder Judicial?

Mentiras y más mentiras. Comienza este artículo con las bolitas y termina con los bolazos impunes del PP-Vox y sus aliados contra la democracia. Burundanga creciente.

José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández

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