Acabó un agosto sudoriento y quemante. Después llegó el ruido de la tierra temblorosa, el del viento ciclónico, el silencio de los escombros; el ruido del dolor, el silencio de la muerte. El terremoto de Marruecos y el ciclón de Libia han provocado mucha destrucción, más entre los más pobres. Los cabreos de la naturaleza hacen aflorar las desigualdades sociales con toda su crueldad. Mohamed VI ha mostrado su pesar y sensibilidad con el pueblo sobre el que reina bostezando desde París. En Libia, peor.
El cambio climático sigue su curso entre sequías intensas, tormentas y múltiples DANA que se han cobrado vidas en nuestro país. Las calamidades derivadas del cambio climático se han convertido en costumbre. Septiembre avanza con más pena que gloria. Ya vemos que no solo para Feijóo. Aquí seguimos con la larguísima parálisis hasta el debate de investidura.
A las enormes ganas del líder (¿?) del PP para ser investido presidente se han sumado las de Felipe VI proponiéndolo como candidato a pesar de las perspectivas negativas para conseguir tal propósito. Explica el rey que para ello se ha basado en la costumbre, aunque no se refiera a ninguna norma consuetudinaria, como pudiera parecer, sino a la real gana, esa costumbre borbónica.
El prófugo Puigdemont, huido a Bélgica, y su partido Junts, que chantajeaban al Gobierno a cambio de un indulto, con quienes era imposible pactar porque se han levantado contra la Constitución y los estatutos de autonomía —así eran catalogados por el PP durante toda la campaña—, han pasado a ser «un grupo parlamentario que, al igual que ERC, más allá de las acciones que cuatro personas, cinco, diez, llevaran a cabo, representa a un partido cuya tradición y legalidad no está en duda», según los matices de González Pons para justificar la necesidad de negociar con los, para ellos, innombrables. Si Yolanda Díaz se reúne con Puigdemont es un escándalo, si lo hace Cuca Gamarra con los diputados independentistas es para contarles el programa de gobierno de Feijóo. Si alguien piensa que han alcanzado la cumbre del cinismo se equivoca, para ellos está en el infinito.
El Aznarísimo ha bajado de los cielos, como ocurre con cierta frecuencia, para mirarse en el espejo acuático, no sé si de Doñana o del mar Menor, y en lugar de asustarse tanto por la calidad tan deteriorada del medio elegido como del exánime rostro reflejado, ha devenido en Narciso terrenal, como acostumbra, y ha vuelto a hablar —perdón, mascullar— ex cátedra mediante un discurso antidemocrático y anticonstitucional al comparar la actual mayoría absoluta del Parlamento con el terrorismo de ETA. Todo ello por la amnistía propuesta por Junts, cuando el PP aprobó una amnistía —esta, fiscal— que sí fue declarada inconstitucional. Él sí podía negociar con ETA, al que denominó «movimiento vasco de liberación», y transfería importantes competencias a Cataluña mientras hablaba «catalán en la intimidad». Pero el único constitucionalista es él y quienes él decida. Aznar no ha sido ni es constitucionalista. Le indigna lo que hace el gobierno legítimo, pero no el secuestro del Consejo General del «PPoder» Judicial, cuya renovación su partido bloquea desde que perdió la mayoría en las urnas.
Felipe bajó desde la alta burguesía, donde habita intelectualmente, para reconvenir a los malos socialistas en su deriva dialogante con los independentistas catalanes para que no se les ocurra desarrollar una ley de amnistía o cosa parecida.
Aznarín y Felipón trasladan a la realidad sus caricaturas de El intermedio.
El conflicto territorial en nuestro país nos hostiga de forma recurrente, otra costumbre, desde la Restauración, hace más de un siglo, lo que quiere decir que el problema no está resuelto. Y no creo que, a pesar de ello, haya que caer en el derrotismo de creerlo irresoluble. El Estado de las Autonomías surgido de la Constitución del 78 supuso una importante descentralización administrativa, un «café para todos», como se dijo en su momento, que no avanzó lo suficiente hasta llegar a comprender que, se diga o no, se quiera o no, este es un Estado plurinacional.
Un inciso. Que Vox no tenga ningún diputado en Navarra y Euskadi y solo dos en Cataluña, frente al 15% en la mayoría de Comunidades Autónomas —CC. AA.—, indica una cultura política muy diferente.
De momento, el PP ha convocado un mitin, una concentración, un acto, una reunión, una asamblea abierta, un rosario de la aurora, o como se les ocurra denominarlo hasta su puesta en escena, para protestar contra la eventual amnistía a los condenados por el procés. La ocurrencia de realizarla dos días antes de la sesión de investidura-embestidura de Feijóo puede tener la intención de tapar el más que probable fracaso de tal obsesión presidencial —«porfa, Perro Sanxe, déjame gobernar dos años o, al menos, permite que me den una vuelta en el Falcon»—y echar la culpa de todo lo que pasa al socialcomunismo que pretende romper España otra vez. El candidato hace oposición preventiva al posible futuro candidato, actual presidente en funciones; es decir, se opone a la oposición a la investidura que le realizará el presidente en funciones cuando el candidato pase a la oposición. O algo así. Un embrollo, o sea.
España ya debería haberse roto varias veces, según Pepa Bueno en al menos tres ocasiones en los últimos 30 años. Cuando González cedió el 15% del IRPF a las CC. AA. —después Aznar, para ser presidente, pactó con Jordi Pujol subirlo al 30%—. También cuando Zapatero apoyó el inicio de la reforma del Estatut—algunos dirigentes populares han admitido el error de la salvaje campaña que hicieron entonces— o cuando Sánchez concedió los indultos a los líderes del procés. Ahora vamos a por la cuarta con la posible amnistía de la que me gustaría opinar cuando se conozca algo más que especulaciones —porque opiniones jurídico-políticas las hay para todos los gustos—.
Los independentistas catalanes, esa máquina de fabricar hipernacionalistas españoles, piden primero amnistía, después referéndum de autodeterminación y luego el bienestar de los ciudadanos, ya si eso. Esto da idea de que los catalanes están en último lugar para los que se dicen más catalanes. De los patrioteros españoles de bandera y sacristía, esa máquina de fabricar independentistas, no se recuerda una propuesta que no sea derogar el sanchismo. O lo que es peor: reducir impuestos a los ricos y retirar la subvención a los comedores escolares para los niños más necesitados —logrado por la falsérrima María Guardiola, presidenta de Extremadura—.
La solución la ha planteado, sin querer y con el único objetivo de meter miedo, Ayuso. La Barbie Madriles ha hablado de «república federal laica y plurinacional». Ojalá. Amén.
La batalla contra el machismo, esa asquerosa costumbre, no puede parar, hasta que sean derrotados todos los Rubiales y los aplaudidores o tibios.
Cincuenta años después del ruido de las armas y el silencio de los asesinados, un 36% de los chilenos cree que los militares tuvieron razón en dar el golpe de Estado que lideró Pinochet. Habrá que terminar con la costumbre de olvidar. Se ve que el sadomasoquismo y la descerebración se han mundializado. Te recordamos, Allende; te recordamos, Víctor. Te recordamos, Amanda.
José Félix Sánchez-Satrústegui Fernández

