“Cuando yo era joven, los besos en la boca estaban prohibidos por la religión y ahora que soy mayor los tengo prohibidos por la ciencia. Antes, el castigo era el infierno. Ahora, la neumonía atípica”, escribe Juan José Millás en un reportaje titulado Anatomía del beso. En ese mismo artículo refiere explicaciones sobre el asunto tanto del paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga como del psiquiatra Diego Figuera. El primero afirma que somos mamíferos con labios gruesos y evertidos diseñados para el beso. El segundo asegura que es más fuerte la necesidad del beso que la prohibición y solo lograremos no hacerlo desde el miedo o la responsabilidad.

Escondidos tras mascarillas hemos aprendido a descubrir, o imaginar, la sonrisa en los ojos; también la acritud. Además, el tiempo y el espacio los determina el virus por encima de lo que diga el sistema métrico. Hemos tenido que adaptarnos, o no, a la situación (ya nadie la llama nueva normalidad) que no sabemos si definir como rebrote, oleada, oleaje, marejada o tempestad con breves intervalos de calma. Menos mal que los bares siguen abiertos, porque sus latidos dan vida y permiten excarcelar los labios siquiera para el contacto placentero con una cerveza y un pincho.
Leo en el apartado de negocios de una revista: “Esta startup ubicada en el hub de… busca pisos… y los convierte en un coliving… Dará mucho que hablar en el sector del proptech”. Mi digestión del reportaje fue lenta, pero no pienso dar pistas sobre el significado para quienes no lo sepan. Que hagan como yo y repasen de arriba abajo el apócrifo “Diccionario ‘snob’ del angliparla español”. Me he obsesionado demasiado, así que procuro evitar anglicismos en lo posible. Antes que toples (ni así, castellanizado) prefiero decir “en tetas”, por ejemplo.
En el interminable viaje de la derecha hacia el centro, iniciado ya en tiempos de UCD antes de su implosión, Casado ha apartado a Cayetana a ver si cuela y nos lo creemos. A juzgar por los nulos resultados de tan larga búsqueda, o el centro no existe y es una ilusión óptica (de óptica política) o el PP no lo encuentra por esa tendencia suya a perder la brújula y, sin embargo, brujulear hasta volver como quien no quiere la cosa a su pasado franquista. Casado no solo es constitucionalista a tiempo parcial, como le ha llamado Pedro Sánchez por su bloqueo a la renovación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), sino también a Constitución parcial (salvo algunos artículos concretos, el resto parece sobrarle). Por cierto, hay que tener mala fe para creer que Casado impide la renovación del citado CGPJ para que este controle a los jueces que investigan todos los casos de corrupción que afectan gravemente a su partido. Y yo la tengo (me refiero a la mala fe).
El exministro de Interior en el Gobierno de Mariano Rajoy, Jorge Fernández Díaz (de profundas convicciones religiosas y menos profundas convicciones democráticas, si se me permite la litotes), que condecoró con la medalla al mérito policial a una Virgen, confesó que un día se reencontró con Dios en Las Vegas y en otra ocasión fue avisado por el Papa de que el demonio quería destruir España. Entre rosarios y revelaciones divinas tuvo tiempo de crear una “policía patética” para desacreditar a rivales políticos de Podemos e independentistas. Aún más, empezó a cocinar la operación Kitchen, en la que pudiera estar implicado, mediante el espionaje a Bárcenas junto a la finiquitada Cospedal, para eliminar pruebas de la financiación ilegal del partido. Presuntamente, claro. Mariano Rajoy dice no saber nada, porque él se dedicaba a pensar, dedicar frases a la posteridad y dirigir, no a contar dinero ni a espiar. Casado se esconde detrás de las infranqueables murallas de Ávila, por cuya circunscripción era diputado, e intenta convencer de que eso es pasado y que cualquier tiempo pasado fue anterior.
El beato “Jorge de las cloacas” tendrá que solicitar la ayuda de su ángel de la guarda, Marcelo, no para aparcar el coche, como asegura que hace habitualmente, sino para que lo saque del laberinto hediondo en el que está metido.
No se pudo (¿o no se quiso?) demostrar que los discos duros de Génova los destruyeron para impedir el acceso a cierta documentación peligrosa para el PP. Yo siempre creí en el suicidio colectivo de ordenadores abducidos por una secta social-comunista. Llamadme conspiranoico.
El campamento de refugiados de Moria en Lesbos, la vergüenza de Europa según Médicos Sin Fronteras, ha sido reducido a cenizas por un fuego, después de que los derechos humanos para ellos hubieran quedado reducidos a cenizas tiempo atrás. La UE es algo más que hipócrita e insolidaria, es xenófoba. Un refugiado es alguien que no encuentra refugio ni nadie que lo quiera refugiar y que se refugia en la intemperie. Contradicciones repetitivas que retratan la inhumanidad de la humanidad.
Se me acabaron las vacaciones, unas vacaciones sedentarias, en las que no he hecho nada de lo que me había propuesto, me he dedicado a procrastinar día tras día. He seguido al pie de la letra la tercera ley de Parkinson, que el propio autor llamaba ley de la trivialidad: «El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia». O como aseguraba el pesimista e irónico Cioran: “Mi misión es matar el tiempo, y la del tiempo es matarme en su turno a mí. Qué cómodo se encuentra uno entre asesinos”.
Ahora que el beso (ya sea ósculo pudibundo, de Judas, con lengua o negro) puede contagiar y sumarnos al grueso de afectados por el bicho, debemos acostumbrarnos al beso volado con mascarilla interpuesta, en silencio, mientras aprendemos a susurrar poemas por dentro, abrazar mediante un rubor taquicárdico y a besar con la mirada.

