El empoderamiento de la mujer mayor

En estas líneas me gustaría contar la historia de una mujer que pongamos se llama Lucía.
Lucía tiene 78 años y, el día en que la conocemos nos confiesa llevar tiempo queriendo estar en una institución para el cuidado de la persona mayor. Lucía llega a San Jerónimo desbordada emocionalmente, sin apoyo, sin esperanza, sobre todo desde que enviudó. Desde hace unos años se observa más torpe, lo que le pone muy nerviosa y la incapacita para poder realizar actividades en su día a día. Acude a centros sociosanitarios y le llegan incluso a derivar a salud mental, pero todas las conclusiones de profesionales son las mismas: Lucía tiene un posible principio de demencia. Llegan incluso a asociar comportamientos o emociones que ella sufre con el “proceso de envejecimiento”, sin darle la importancia que verdaderamente tiene porque “es mayor”.
Después de todos estos años de idas y venidas, se une un aliciente: la pérdida de su marido. Lo hacía todo con él y nunca se habían separado. Se encuentra sin rumbo, con un vacío que ni ella le puede poner nombre. La única frase que repite es “no soy nada sin él”. Su red de apoyo más cercana está a miles de kilómetros. Su única hija mantiene una relación distante con ella.
En este punto Lucía no puede parar de llorar. Se angustia, se pone nerviosa. Su salud mental empeora. Cada vez que intenta hacer una actividad o labores en el hogar las deja porque se ve incapacitada. Se observaba que cada vez iba a peor y por “no dar guerra” decide apuntarse en la lista de espera de varias residencias. Siente que su espacio y su lugar están en el declive físico y mental.
¿Qué lugar ocupaba Lucía? El de mujer mayor.¿Qué lugar ocupa ahora? El centro.
Lucía comenzó el proceso en la Atención Centrada en la Persona (ACP). Todo era extraño para ella. Había personas que se preocupaban por sus preferencias, sus gustos, su historia de vida.
No sabía que decir. Claro que conocía su historia de vida, pero ¿sus gustos y preferencias? Ella solo podía decir lo que le gustaba hacer con su marido, lo que compartían, lo que elegían, porque todo lo hacían juntos.
Había que desgranar las preferencias que compartía Lucía con su marido, había que darle ocupaciones en su día a día, validar sus emociones y conseguir crear un hogar interior y personal donde encontrar bienestar. Se le facilitó la ayuda y el acompañamiento desde otro enfoque.
Resulta que Lucía había aprendido a callar sus emociones, sus sentimientos, sus opiniones. Su salud mental había provocado un estado de incapacidad. Había dado el poder a su marido de dirigir todo en su vida, llegando a normalizar la dependencia física y mental hacia él. Por otras circunstancias en su vida, le tocó dejar de trabajar y dedicarse en cuerpo y mente del cuidado de su padre, de su madre y de una hermana, sin tener un espacio de autocuidado.
La sociedad que le rodeaba invalidaba su persona y, como mujer mayor, las ayudas eran insuficientes o muy pobres. ¿Dónde queda la mujer mayor?
El artículo 14 de la Ley Orgánica 3/2007 del 22 de marzo para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, reconoce que el colectivo de mujeres mayores es de los más vulnerables que existen a pesar de las medidas impuestas, que siguen sin ser suficientes ya que se enfrentan dos realidades al mismo tiempo: ser mujeres y ser mayores. Sigue sin haber un foco en este grupo de edad, siendo incluso olvidadas en la sensibilización de campañas como la violencia de género o la igualdad. Mónica Ramos Toro recoge en su estudio etnográfico sobre el envejecer de las mujeres mayores varios puntos clave sobre la vulnerabilidad de la mujer mayor. Por un lado encontramos que la mujer mayor afronta situaciones más complejas: económicas, formativas… Por otro lado, otro punto vulnerable reside en la impuesta responsabilidad del cuidado familiar donde la mujer ha sido preparada para este trabajo.
Ahora Lucía es una mujer independiente y autónoma.  Cada día descubre nuevas actividades y pasatiempos que le gustan. Mantiene una red social de apoyo y amistad. También más contacto con su familia pese a la lejanía desde otros medios que no conocía como las videollamadas. Elige sus momentos de soledad e individuales. Hace ejercicio físico, acude a terapia y realiza ejercicios de relajación y meditación. Cada día para ella es vivir el hoy, sin planes a largo plazo, con pequeños objetivos diarios y agradeciendo cada día las dificultades que supera o novedades que descubre de saber hacer cosas por sí misma, algo que en ella crea más confianza, empoderándola a seguir descubriéndose y poniendo límites a aquellas personas que le restan.
Esta es la historia de Lucía, pero como Lucía hay muchas mujeres mayores pasando por una situación similar. La ACP logra el reconocimiento de cada una de las personas como ser singular y valioso. Ellas mismas participan en la negociación y el diálogo, eligiendo la relación terapéutica y colaborando en su empoderamiento, tomando decisiones relacionadas con su atención. Decía Miguel de Unamuno que jamás una persona es demasiado “vieja” para recomenzar su vida y no debemos buscar que lo que fue le impida ser lo que es o lo que será.
Iara Lezáun Polido | Psicóloga de San Jerónimo
En estas líneas me gustaría contar la historia de una mujer que pongamos se llama Lucía.
Lucía tiene 78 años y, el día en que la conocemos nos confiesa llevar tiempo queriendo estar en una institución para el cuidado de la persona mayor. Lucía llega a San Jerónimo desbordada emocionalmente, sin apoyo, sin esperanza, sobre todo desde que enviudó. Desde hace unos años se observa más torpe, lo que le pone muy nerviosa y la incapacita para poder realizar actividades en su día a día. Acude a centros sociosanitarios y le llegan incluso a derivar a salud mental, pero todas las conclusiones de profesionales son las mismas: Lucía tiene un posible principio de demencia. Llegan incluso a asociar comportamientos o emociones que ella sufre con el “proceso de envejecimiento”, sin darle la importancia que verdaderamente tiene porque “es mayor”.
Después de todos estos años de idas y venidas, se une un aliciente: la pérdida de su marido. Lo hacía todo con él y nunca se habían separado. Se encuentra sin rumbo, con un vacío que ni ella le puede poner nombre. La única frase que repite es “no soy nada sin él”. Su red de apoyo más cercana está a miles de kilómetros. Su única hija mantiene una relación distante con ella.
En este punto Lucía no puede parar de llorar. Se angustia, se pone nerviosa. Su salud mental empeora. Cada vez que intenta hacer una actividad o labores en el hogar las deja porque se ve incapacitada. Se observaba que cada vez iba a peor y por “no dar guerra” decide apuntarse en la lista de espera de varias residencias. Siente que su espacio y su lugar están en el declive físico y mental.
¿Qué lugar ocupaba Lucía? El de mujer mayor.¿Qué lugar ocupa ahora? El centro.
Lucía comenzó el proceso en la Atención Centrada en la Persona (ACP). Todo era extraño para ella. Había personas que se preocupaban por sus preferencias, sus gustos, su historia de vida.
No sabía que decir. Claro que conocía su historia de vida, pero ¿sus gustos y preferencias? Ella solo podía decir lo que le gustaba hacer con su marido, lo que compartían, lo que elegían, porque todo lo hacían juntos.
Había que desgranar las preferencias que compartía Lucía con su marido, había que darle ocupaciones en su día a día, validar sus emociones y conseguir crear un hogar interior y personal donde encontrar bienestar. Se le facilitó la ayuda y el acompañamiento desde otro enfoque.
Resulta que Lucía había aprendido a callar sus emociones, sus sentimientos, sus opiniones. Su salud mental había provocado un estado de incapacidad. Había dado el poder a su marido de dirigir todo en su vida, llegando a normalizar la dependencia física y mental hacia él. Por otras circunstancias en su vida, le tocó dejar de trabajar y dedicarse en cuerpo y mente del cuidado de su padre, de su madre y de una hermana, sin tener un espacio de autocuidado.
La sociedad que le rodeaba invalidaba su persona y, como mujer mayor, las ayudas eran insuficientes o muy pobres. ¿Dónde queda la mujer mayor?
El artículo 14 de la Ley Orgánica 3/2007 del 22 de marzo para la igualdad efectiva de mujeres y hombres, reconoce que el colectivo de mujeres mayores es de los más vulnerables que existen a pesar de las medidas impuestas, que siguen sin ser suficientes ya que se enfrentan dos realidades al mismo tiempo: ser mujeres y ser mayores. Sigue sin haber un foco en este grupo de edad, siendo incluso olvidadas en la sensibilización de campañas como la violencia de género o la igualdad. Mónica Ramos Toro recoge en su estudio etnográfico sobre el envejecer de las mujeres mayores varios puntos clave sobre la vulnerabilidad de la mujer mayor. Por un lado encontramos que la mujer mayor afronta situaciones más complejas: económicas, formativas… Por otro lado, otro punto vulnerable reside en la impuesta responsabilidad del cuidado familiar donde la mujer ha sido preparada para este trabajo.
Ahora Lucía es una mujer independiente y autónoma.  Cada día descubre nuevas actividades y pasatiempos que le gustan. Mantiene una red social de apoyo y amistad. También más contacto con su familia pese a la lejanía desde otros medios que no conocía como las videollamadas. Elige sus momentos de soledad e individuales. Hace ejercicio físico, acude a terapia y realiza ejercicios de relajación y meditación. Cada día para ella es vivir el hoy, sin planes a largo plazo, con pequeños objetivos diarios y agradeciendo cada día las dificultades que supera o novedades que descubre de saber hacer cosas por sí misma, algo que en ella crea más confianza, empoderándola a seguir descubriéndose y poniendo límites a aquellas personas que le restan.
Esta es la historia de Lucía, pero como Lucía hay muchas mujeres mayores pasando por una situación similar. La ACP logra el reconocimiento de cada una de las personas como ser singular y valioso. Ellas mismas participan en la negociación y el diálogo, eligiendo la relación terapéutica y colaborando en su empoderamiento, tomando decisiones relacionadas con su atención. Decía Miguel de Unamuno que jamás una persona es demasiado “vieja” para recomenzar su vida y no debemos buscar que lo que fue le impida ser lo que es o lo que será.

Iara Lezáun Polido | Psicóloga de San Jerónimo

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